sábado, 24 de agosto de 2013

Los patriarcas

Contexto e intención del relato


Después de explicar el origen del mundo y de la humanidad, la Torá pasa a explicarnos el origen del pueblo de Israel. Y lo hace valiéndose de un complejo tejido narrativo, cuyos hilos argumentales forman las historias de los patriarcas.

¿Cuándo se escriben estos relatos? Los israelitas viven bajo el cautiverio de Babilonia. Añoran la tierra perdida y esperan regresar algún día. Los sacerdotes y los profetas alientan la fe de la comunidad y urgen a una renovación de la fe en Dios. El pueblo sobrevivirá si conserva viva su memoria.

Fieles a su finalidad, contar para unir al pueblo, los autores bíblicos utilizan viejas leyendas vinculadas a santuarios israelitas para componer un relato cuyo sentido es el siguiente: Israel es un pueblo que debe sobrevivir unido, pues ha sido amado y elegido por Dios, desde sus orígenes. Y aunque atraviese duras peripecias, Dios se mantendrá fiel a su promesa de un futuro mejor, en una tierra donde volverán crecer y prosperar.

Es interesante notar que en estos relatos no hay exaltación alguna de la monarquía, ni de un santuario único que centralice el culto. Tras la experiencia del exilio, el rey y el templo han perdido su función aglutinadora del pueblo. Quedan la fe, la institución familiar y la práctica ritual en el día a día, teniendo presente la cercanía y la bendición de Dios en todo momento. Estos son los valores que se reflejan en las narraciones de los patriarcas.

Líneas narrativas


Para tejer la epopeya de los orígenes, los autores bíblicos unieron varios personajes y varias líneas narrativas de la siguiente manera:

Historia familiar: relacionaron los diversos personajes en una sola familia, de manera que Abraham, Isaac y Jacob son padre, hijo y nieto.

Peregrinaciones: los patriarcas recorren los lugares emblemáticos que jalonan la historia del pueblo.

Cultos salvíficos: los protagonistas se detienen en ciertos lugares ―donde había santuarios― a ofrecer sacrificios; allí reciben revelaciones divinas y renuevan su alianza con Dios.

Promesas: Dios va renovando sus promesas de bendición, descendencia y posesión de la tierra.

Los personajes


Normalmente, en las leyendas sobre el origen de un pueblo aparece un único fundador. ¿Por qué en el caso de Israel son tres? Veamos qué función tiene cada uno de ellos.

Abraham es un personaje de la tradición vinculado al santuario de Hebrón, en el reino del Sur (Judá). Hebrón fue un lugar que, a lo largo de los siglos, permaneció intacto, sin ser conquistado por las grandes potencias que asolaron el país. Además, en el relato bíblico Abraham recorre un largo periplo que es el mismo del pueblo: Mesopotamia, Egipto, Canaán. Sale de Ur de Caldea para ir a Jarán; de allí pasa a Canaán y pasa por Siquem, Betel, Hebrón y Beersheva. Baja a Egipto. Regresa. Abraham recibe una triple promesa: descendencia numerosa, la tierra y la protección de Dios. Por ello se erige como padre del pueblo y padre de la fe. Abraham no ve cumplidas todas las promesas que le hace Dios ―como buena parte del pueblo exiliado en Babilonia― pero cree que, en el futuro, se harán realidad. Y confía.

Isaac, el patriarca más discreto, está asociado a Lajay-Roí, el pozo del que ve. Curiosamente, es un personaje que se queda ciego… Su papel es importante: es el único de los tres patriarcas que nace y muere en la tierra prometida. Encarna el pleno derecho a la posesión de la tierra.

Jacob, por último, está vinculado al reino del Norte (Israel). De hecho, este es su otro nombre, Israel, el «fuerte contra Dios». Al igual que Abraham, recorre los lugares más significativos del pueblo errante: Mesopotamia, Canaán y Egipto, donde muere. Su visión en Betel es otra promesa de retorno a la tierra: «Yo estoy contigo, te acompañaré adonde vayas y te haré volver a este país…» (Gén 28, 15).

José, el hijo de Jacob cuya historia forma una preciosa novela inserida en el relato bíblico, representa, en palabras de J. L. Ska, el “tío de América” que emigra y hace fortuna. Su historia muestra que, pese a todo, los israelitas pueden prosperar y salir adelante en el destierro, y que las rupturas y conflictos familiares pueden resarcirse. El reencuentro y la reconciliación son posibles.

Otros personajes de los relatos patriarcales sirven para explicar el origen de diversos pueblos: Ismael, primer hijo de Abraham, será el padre de los árabes. Esaú, fundador de Edom; los hijos de Lot, origen de Moab y Ammón, y así con muchos otros.

Marco histórico de los patriarcas


El lector siempre se puede preguntar, ¿qué hay de cierto en los relatos patriarcales? ¿Existe un sustrato real? Aunque ya sabemos que la Biblia no es historia “científica”, en las narraciones de los patriarcas hay un trasfondo histórico que se puede relacionar con el devenir del Oriente Próximo entre el segundo y el primer milenio antes de nuestra era.

Entre los años 2000 y 1800 a.C. se producen grandes movimientos de pueblos en el Creciente Fértil. Los hicsos invaden Egipto y fundan una dinastía extranjera. Una nueva dinastía sube al trono del imperio babilonio; los hititas comienzan a surgir. Los hurritas se instalan en el norte de Siria y fundan el reino de Mittanni. Tribus de pastores nómadas procedentes de Arabia se van desplazando hacia las tierras más fértiles: Mesopotamia, Canaán, Egipto.

En medio de esta situación, es fácil imaginar que varios grupos nómadas de origen semita pudieran recorrer trayectos similares al de Abraham y sus descendientes. ¿Cómo vivían? ¿En qué dioses creían? Es imposible saberlo con precisión, aunque la misma Biblia arroja pistas. No existía el monoteísmo, los cabezas de clan adoraban a los dioses locales y se adaptaban a las costumbres de cada tierra. Las mujeres conservaban idolillos domésticos protectores. Los sacrificios eran habituales y obligados si se quería obtener el favor del dios.

Mensaje


Pero el relato bíblico se vale de la historia de Abraham, por un lado, para explicarnos un salto en la fe del pueblo y una diferencia sustancial con la religiosidad de las otras culturas circundantes. Por otro, quiere reforzar esta fe en tiempos de exilio y dificultades.

Abraham, como cualquier hombre de su tiempo, adora los dioses de cada lugar por donde vive. En Ur, los dioses protectores eran Sin y Ningal, divinidades lunares cuyos auspicios consulta Abraham para decidir hacia dónde partir. En Jarán, venera a los dioses de ese lugar. Y, llegado a Canaán, adora al dios El, cabeza del panteón cananeo.

Pero ¿qué ocurre? Abraham se encuentra con un dios que ya no le pide sacrificios, sino que le ofrece una alianza. Del dios de un lugar pasa a toparse con el Dios personal, el «Dios de Abraham», que le ofrece su bendición de manera incondicional. Solo busca su fidelidad. Así es como puede interpretarse el episodio del «no-sacrificio» de Isaac, uno de los más pavorosos e incomprensibles de la Biblia: Abraham se dispone a sacrificar a su hijo, siguiendo el uso de los rituales de su tiempo. Dios lo rechaza: no quiere sacrificios cruentos: quiere a la misma persona, su vida, su lealtad, su amor.

Por otra parte, la alianza que ofrece Dios es un pacto unilateral: haga lo que haga el hombre, Dios se compromete del todo, incondicionalmente. No es un ídolo a quien sacrificar para obtener algo a cambio. Su promesa es un don que se cumplirá en su momento y se realizará a través de personas y acontecimientos terrenales.

A raíz de este encuentro se da una transformación. El hombre cambia, y también su relación con Dios. El cambio de nombre en la Biblia tiene este significado: de Abram pasa a ser Abraham. Ya no será la misma persona. El conocimiento del Dios vivo lo ha convertido en un hombre nuevo.
Podemos resumir el mensaje de los relatos patriarcales en estos puntos:
  • La bendición de Dios es superior al pecado del hombre.
  • La bendición abarca a todas las naciones.
  • El pueblo es llamado a la fidelidad y la confianza.
  • Las promesas de Dios se realizan humanamente, a través de personas y acontecimientos naturales, no de forma mágica o prodigiosa.

La teología subyacente en estos relatos se podría resumir así. El hombre pasa de la adoración ritual a los dioses locales al encuentro con un Dios vivo, personal, con el que establece una relación de alianza. Este encuentro transforma su vida.

jueves, 15 de agosto de 2013

El gran diluvio

El mito del diluvio universal es común a diversas culturas de la antigüedad, no solo en Oriente Medio, sino en Grecia, la India y en varios pueblos amerindios. No faltan las hipótesis entorno a su origen. Tal vez sea una forma mítica de relatar el porqué de las frecuentes inundaciones de los grandes ríos, Tigris y Éufrates, que bañan aquellas tierras. O quizás recoja la antiquísima memoria colectiva de alguna catástrofe prehistórica que marcó para siempre a la humanidad. En cualquier caso, una inundación es una calamidad para la que se busca un sentido. ¿Castigo, maldición, capricho divino?

De nuevo nos encontramos aquí con que los autores bíblicos echan mano de la tradición mesopotámica para hacer su propio remake y darle otro significado.

El agua y la sangre


El mito del diluvio se encuentra en varios poemas: el Atrahasis acadio, o el poema sumerio de Ziusudra. En el canto de Gilgamesh, babilonio, el héroe que se salva del diluvio es llamado Utnapistim.

Los capítulos 6 al 9 del Génesis recogen esta historia. Veamos primero las similitudes entre los mitos babilónicos y el hebreo.
  • En ambos casos el diluvio o inundación es fruto de una decisión divina.
  • Un hombre justo es elegido para ser salvado. Construirá un arca, albergará en ella a su familia y a muchos animales y se librará de la muerte.
  • Cuando el diluvio cesa, el hombre salvado ofrece un sacrificio a Dios / los dioses.
Ahora veamos las diferencias:
  • Las causas. El motivo de la inundación es diverso: en el Atrahasis es por capricho divino. El dios Enlil está harto del ruido que arman los humanos y decide silenciarlos para siempre, destruyéndolos. Otro dios, Enki, avisa a Utnapistim para que construya un arca y se salve.
  • En Génesis 6, Dios se enfurece ante la injusticia y los crímenes que observa en la humanidad. Especialmente le ofenden el derramamiento de sangre y las venganzas.  Si decide salvar a Noé es porque lo encuentra justo.
  • Control de mando. En el Atrahasis, los dioses están fuera de sí. De hecho, todo cae fuera de control: la ira divina, el diluvio, las reacciones de dioses y hombres. El poema describe el pánico de algunas diosas chillando y huyendo ante la riada.
  • En cambio, el Dios del Génesis mantiene el control sobre la situación. Establece una ley, rige según ella y calcula los días de lluvia y el momento en que esta ha de cesar.

Es interesante notar que el pecado de los hombres a los ojos de Dios no es religioso, sino moral. No son castigados por idolatría o infidelidad a Dios, sino por oprimir a sus semejantes y caer en la corrupción y en la violencia. De hecho, Noé es salvado precisamente porque es «justo y honrado entre los suyos» (Gén 6, 9).

Un mensaje muy actual


Utilizar una gran catástrofe natural como castigo a la violencia y la corrupción de una sociedad es un fabuloso argumento literario que se ha repetido a lo largo de los siglos. La literatura y el cine apocalíptico, sobre todo con tintes ecologistas, no son ajenos a esta veta. Podría decirse que el relato del diluvio es narrativa distópica, incluso de ciencia ficción, salvando las distancias. Nos presenta un mundo corrompido por la maldad humana y la injusticia. Encontramos a un héroe, un justo solitario que se salvará de la ruina gracias a una inspiración sobrenatural. Construye un arca ―que en la mentalidad de entonces debía aparecer como un artilugio fantástico―. Llega la catástrofe y el justo, con los suyos, se salva, mientras el mundo perece bajo las aguas. Hoy podríamos imaginar una historia similar: el mundo es devastado y un héroe, con un puñado de fieles, escapa a bordo de una nave espacial, en busca de un planeta más acogedor en algún rincón perdido entre las galaxias.

Cuando las aguas se retiran, el hombre justo sale de su nave, con su familia y los animales rescatados, y comienza una nueva vida. Ese hacer borrón y cuenta nueva es otro tema mítico que se reproduce en mitologías bien distintas. Por ejemplo, el Ragnarok vikingo, la caída de los dioses, supondrá el final del mundo y el inicio de algo nuevo. Se trata de esa vieja dinámica destrucción-muerte-regeneración que se da en la naturaleza y que se replica en los mitos de tantas culturas.

El Pacto


Pero los relatos no acaban ahí. En el Atrahasis, Utnapistim sale de su arca y ofrece un sacrificio a los dioses, matando y asando unos animales. A su olor, los dioses, muertos de hambre tras el ayuno forzoso de los días de riada, se abalanzan sobre las reses como buitres, para devorarlas. Otra escena no exenta de sarcasmo que se aleja mucho de la solemnidad de Génesis, 8, 20-21: Noé ofrece un sacrificio de animales puros a Dios, él huele el aroma agradable del holocausto y decide que nunca más volverá a maldecir la tierra por culpa del hombre.

Tras el diluvio, viene el pacto. Es la primera alianza de Dios recogida en el Pentateuco ―habrá más, como veremos―. Esta alianza se establece entre Dios Creador, toda la humanidad y todo ser viviente, sin excepción. El texto afirma que la naturaleza humana está torcida desde sus inicios, así que a Dios le toca conformarse. De nuevo bendice a Noé y a su descendencia con palabras muy similares a las de Génesis, 1: «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra… Todo aquello que se mueve y tiene vida os servirá de alimento, así como toda verdura: todo esto os doy…».

Los redactores de este episodio, procedentes de la escuela sacerdotal de Jerusalén, aprovechan el mito para explicar la importancia de guardar los rituales y de abstenerse de alimentos impuros. Aquí, Dios ya no prohíbe comer del árbol del bien y del mal, sino de ciertas carnes y de la sangre, pues la sangre es la vida, y nadie puede disponer de ella salvo Dios: «Quien derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su sangre; ya que a imagen de Dios ha hecho Dios al hombre. Sed, pues, fecundos, multiplicaos, extendeos por la tierra y dominadla».

El arco iris es el signo de la alianza (Gén. 12-17). Los autores de la escuela sacerdotal, tan amigos de las señales luminosas y espectaculares para indicar la presencia de Dios, cierran el episodio con esta bella imagen: el agua y la luz se unen en el cielo, formando un arco que comunica los dos planos, natural y sobrenatural, y que recuerda el pacto ofrecido incondicionalmente por Dios a toda criatura.

 Esquema narrativo del relato


El relato del diluvio sigue la línea argumental de la narrativa bíblica, en especial la atribuida a una de sus fuentes más antiguas, la llamada J. Este esquema teológico se estructura así:
  • Dios otorga su bendición al ser humano.
  • Este cae en la tentación y peca, ofendiendo a Dios con sus crímenes. Se da una ruptura de la unión y la armonía.
  • Dios castiga a la humanidad. Pero le da otra oportunidad para empezar de nuevo.
  • Se establece un pacto entre Dios y el hombre, y aquel de nuevo le da su bendición.

En la historia del diluvio también podemos leer una  crítica de los autores bíblicos a los grandes imperios orientales bajo los cuales tuvieron que vivir los israelitas. El mundo henchido de orgullo y corrupto, arrasado por la inundación, vendría a ser una imagen de la Babilonia opresora. Se atisban las inquietudes y el sufrimiento de un pueblo exiliado, que lucha por salir adelante. En estas circunstancias, la prioridad para el pueblo es recibir justicia y poder sobrevivir en condiciones dignas.

sábado, 3 de agosto de 2013

La pérdida del paraíso

El capítulo 2 del Génesis es un relato de la creación centrado en el ser humano. También aquí se pueden establecer paralelismos y contrastes con otro mito babilónico: el poema de Gilgamesh.
 

El buen salvaje en la ciudad


El poema babilonio cuenta que, para doblegar al arrogante rey Gilgamesh los dioses deciden enviarle a un compañero. Y así el dios Aruru crea a Enkidu, un hombre puro, salvaje, que vive en plena naturaleza, solo entre los animales. Un buen día los dioses le envían a una joven meretriz, que lo inicia sexualmente. Con ella Enkidu gana un conocimiento, pero pierde el vínculo que lo unía a la naturaleza y a las bestias del campo. Las gacelas huyen al verlo y ya no puede corretear con ellas como antes. La mujer lo lleva a la ciudad, donde conoce a Gilgamesh y se convierte en su amigo inseparable. Juntos corren muchas aventuras hasta la muerte de Enkidu, que sumirá al rey en honda desesperación. Tras el duelo, Gilgamesh emprenderá un largo camino en busca de la flor de la inmortalidad.

¿Qué encontramos en este mito, refiriéndonos al hombre primigenio?
  • La creación expresamente querida por los dioses de un ser humano que, en principio, vive en armonía con la naturaleza. Es un hombre creado para un fin.
  • Es iniciado sexualmente y pierde su conexión con el mundo natural.
  • A cambio, aprende a vivir en la ciudad, con otras personas, y conoce el valor de los vínculos: la amistad, la lealtad, el amor.
  • Siempre queda una añoranza de esa vida idílica, en comunión con los animales y el mundo salvaje.


Adán y Eva en el jardín


En Génesis, 2 se nos relata la creación primero del hombre, que está solo en el jardín del Edén, con todos los animales, a quienes da nombre. Pero Dios ve que no son la compañía adecuada para él y crea a la mujer para que sea su compañera. El ser humano se concibe como hombre y mujer, sexuado desde su inicio. Ambos forman una unidad. Y viven felices durante un tiempo. Dios les ha dado todo cuanto necesitan, con un aviso: no deberán comer del fruto del árbol del bien y del mal.

La serpiente acude para proponerles que coman del fruto del árbol del bien y del mal. Los incita, diciéndoles que si lo hacen serán como dioses. Eva, y Adán con ella, pues está a su lado, aunque en el diálogo nada dice, deciden comer del fruto que Dios les ha prohibido. En ese momento ganan consciencia de que «están desnudos». Y se ocultan a los ojos de Dios, que pronto descubre su desobediencia. Los expulsa del paraíso, maldiciendo a la serpiente y decretando que, de ahora en adelante, deberán esforzarse por sobrevivir, con esfuerzo y dolor. Al vetarles el acceso al árbol de la vida, los priva de la inmortalidad. Los animales ya no serán más amigos y la tierra será hostil. Las relaciones entre hombre y mujer quedarán marcadas por el deseo y el afán de posesión.

¿Qué encontramos aquí, como en el Gilgamesh?
  • La creación del hombre por un acto de voluntad de Dios.
  • La iniciación del hombre y la mujer acarrea su ruptura con Dios y con el orden armonioso en que viven.
  • Del paraíso son arrojados al mundo real: el de la historia humana, marcada por el esfuerzo, la lucha y el conflicto.
  • La nostalgia del paraíso perdido es una cicatriz en la memoria de la humanidad.


Similitudes


Ambos mitos explican el origen de la naturaleza humana y de su mortalidad.

Ambos intentan explicar la pérdida de la inocencia y la ruptura que se da entre el hombre civilizado y el mundo salvaje.

En ambos la iniciación conlleva un estado de superior consciencia o conocimiento, a un precio. Son «como dioses» pero nunca serán dioses.

Siendo conscientes de las ventajas de la civilización, los autores de estos relatos no dejan de constatar la añoranza de un estado primigenio, en comunión con la naturaleza, que se ha perdido.

Los dos mitos también explican la realidad que rodea al hombre: hay que trabajar duro para comer; la naturaleza puede ser hostil; las relaciones humanas están llenas de conflicto, violencia y juegos de poder.

Diferencias


Ahora veamos algunas diferencias entre ambos mitos:
  • Enkidu es un hombre solo, salvaje. Y es feliz así. Sus compañeros son los animales. Adán y Eva no están solos en el paraíso: se tienen el uno al otro y tienen a Dios por amigo. Los animales no son un apoyo suficiente (Gén 2, 20). 
  • Enkidu es creado para un fin utilitario previsto por los dioses. Adán y Eva son creados por un deseo de Dios de hacer un ser semejante a él. En cierto modo, es como un deseo de expansión, de proyección, comparable al de la paternidad.
  • La iniciación en Génesis, 2 no se da con el sexo, sino con un acto de desobediencia: comer del fruto prohibido. La pérdida de la inocencia no es sexual, sino ética.
  • La civilización es vista con tintes más positivos en el Gilgamesh: hay un orgullo en los logros humanos y se describe el esplendor de las ciudades. La visión de Génesis, 2 es más pesimista: muestra la cara oscura de la civilización humana.


¿Quién es la serpiente?


Interpretaciones posteriores, sobre todo en el ámbito cristiano, han visto en la serpiente una imagen del diablo. En el texto bíblico no se dice nada similar. La serpiente es, simplemente, un animal astuto, que engaña y enreda. Esta serpiente tiene eco en la serpiente mítica que, en los poemas babilónicos, custodia el árbol de la inmortalidad.

Es muy interesante leer despacio el texto de la tentación de la serpiente para captar detalles que a veces pasan desapercibidos en una lectura rápida o con prejuicios. Por ejemplo, vale la pena fijarse en algunos aspectos:
  • El Génesis precisa que el árbol que está en centro del paraíso es el árbol de la vida, y que Dios prohíbe al hombre comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.
  • Pero cuando habla con la serpiente, Eva dice que el árbol del centro es el árbol prohibido, el del bien y del mal. ¿Confusión intencionada o error? Cuando Dios prohibió al hombre comer de este árbol, aún no había creado a Eva. Así que cabe la posibilidad de que Adán no le transmitiera bien la prohibición a su mujer… o que Eva la haya entendido a su manera.
  • La serpiente ¿miente cuando dice que no morirán al comer el fruto? ¿Dice la verdad cuando afirma que serán como dioses? Vale la pena ver hasta qué punto se vale de medias verdades para liar el asunto.
  • ¿Dónde está Adán mientras Eva dialoga con la serpiente? Los estudiosos señalan que el texto original hebreo incluye una partícula: «Adán con ella comió del fruto» (Gén 3, 6), que no se suele traducir y se omite. Este pequeño nexo indica que, aunque callado, Adán está todo el tiempo presente en la conversación. Por tanto, consiente comer del fruto prohibido y es tan responsable como Eva.
  • El fruto, por cierto, se suele traducir por manzana, pero el término original significa fruto en general. Puede ser cualquier cosa.


La manzana y el sexo


No han faltado las teorías que, basándose en la similitud de los dos relatos, indican que el acto de comer la manzana vendría a ser como un disfraz simbólico del acto sexual. Con diversos argumentos, se justificaría así la atribución de una supuesta naturaleza pecaminosa al sexo. La tesis puede ser sugerente para explicar ciertas corrientes puritanas en el seno de las religiones monoteístas, pero es anacrónica y no tiene nada que ver con el relato del Génesis en sí, la intención de sus autores y su contexto. De entrada, Dios crea al hombre sexuado y bendice su unión y su reproducción. Con lo cual el sexo es obra divina, sagrado y bendecido por el Creador. La sexualidad no es negativa en el pensamiento bíblico; esto solo basta para tumbar la teoría. Pero hay otra razón más profunda. El relato de Génesis, 2, en consonancia con el hilo argumental de todo el Pentateuco, quiere acentuar que la pérdida de un estado de gracia original es causada por la rebeldía, la desobediencia a Dios. Lo que importa aquí no es tanto el sexo como la libertad del hombre. Siendo semejante a Dios, puede decidir entre obedecerle o no.

En resumen, el mito de Gilgamesh pone el acento en la búsqueda de la inmortalidad. El mito de Génesis, 2 hace hincapié en la libertad moral del ser humano.

La historia de dos hermanos


Génesis, 4 nos relata la historia tan conocida de Caín y Abel, los primeros hijos de Adán y Eva. Este relato y los que lo siguen intentan explicar el origen de los diferentes pueblos de la tierra.

Caín, labrador, representa la civilización agraria, a menudo hostil al pueblo hebreo. Quizás por eso es el «malo» del a historia. Abel, pastor, representa los pueblos nómadas, de quienes descendían los primeros israelitas. En Israel siempre prevaleció una visión favorable e idílica de los pueblos pastores por encima de los agricultores.

El relato del primer crimen es otra fábula que explica dos pasiones humanas tan antiguas como letales: la envidia y la ira, capaces de romper la fraternidad. Cuando Dios pregunta a Caín: ¿dónde está tu hermano?, este responde con otra cuestión: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? Este es el quid de la historia. Los seres humanos están llamados a ser guardianes, a cuidar unos de otros. Pero los celos y la violencia los separan y provocan el conflicto.

Con el relato de Caín y Abel también se afirma otro principio: toda vida es sagrada, por ser de Dios, y el homicidio es el peor delito, que clama al cielo.

Es muy interesante la reacción de Dios cuando Caín confiesa su crimen. No lo castiga, como cabría esperar. En cambio, asegura que lo protegerá. En este caso, Dios es fiel a su ley moral: proteger la vida siempre, tanto la de justos como la de los pecadores. El hombre puede atentar contra esta ley, pero no él.