domingo, 19 de enero de 2014

El Deuteronomio, la segunda ley

El libro del Deuteronomio cierra como un broche de oro la Torá, y al mismo tiempo es la puerta que abre la siguiente serie de libros bíblicos, los llamados Profetas o Nevi’im en la Biblia hebrea, o históricos en la Biblia cristiana. Es la bisagra entre la odisea de las tribus nómadas y el pueblo de Israel asentado en la tierra; el puente entre el camino por el desierto y el reino establecido.

Su grueso lo forman tres largos discursos que el autor pone en boca de Moisés. Son tres exhortaciones al pueblo de Israel antes de entrar en Canaán, la tierra prometida.

Como los otros libros de la Torá, es una construcción literaria que, teniendo una base histórica real, no responde a una intención descriptiva de los hechos, sino a una finalidad didáctica y religiosa.

Por ejemplo, la tradición atribuía este libro a Moisés, pero el mismo libro contradice tal afirmación. En primer lugar, porque en él se relata la muerte del personaje. En segundo lugar, porque alude a hechos y situaciones posteriores que Moisés nunca pudo vivir. En tercer lugar, porque la perspectiva con que está escrito el texto es la de un israelita que vive al oeste del Jordán y no al este, en Moab, donde se dice que murió Moisés, contemplando con sus ojos pero sin poder pisar la tierra prometida.

Como tantos otros libros de la Biblia, el Deuteronomio es un collage con varias partes, de diferentes épocas, bien ensambladas y reelaboradas para transmitir un mensaje coherente. Para ser comprendido, necesita conocerse su contexto y sus fuentes.

¿Qué dice?


Deuteronomio es un término griego que significa la segunda ley. Es llamado así porque en él hay una nueva versión del Decálogo y otro código legal que parte del Código de la Alianza, pero modificando diversas leyes. En cuanto a su contenido, el Deuteronomio puede dividirse en estas partes:
  • Introducción histórica que presenta el libro, quién habla, dónde está y en qué momento: Palabras que Moisés dirigió a todo Israel ―al otro lado del Jordán, en la estepa […]― a once jornadas de camino del Horeb a Cades-Barnes, por la pista de las montañas de Seir […] en la tierra de Moab…
  • Primer discurso: es un repaso histórico de lo acaecido desde el Sinaí hasta el presente. El pueblo es invitado a recordar lo que Dios ha hecho por él.
  • Segundo discurso: desde 4,44 hasta 28, 6. En él se contiene el segundo Decálogo y un corpus legal, el Código Deuteronómico. Se renueva la alianza en Siquem y se graba la ley en tablas de piedra.
  • El tercer discurso (capítulos 29 y 30) es una exhortación a la fidelidad a Dios. El pueblo es libre para decidir. La fortuna o la desgracia dependen de su responsabilidad. Si Israel es fiel, Dios lo favorecerá, si es infiel, recibirá castigos.
  • Apéndices varios (capítulos 31 al 34). Entre ellos, el panegírico de Moisés, el llamado Cántico de Moisés, el anuncio de su muerte y el relato de esta.


Moisés, líder modelo


En el final del libro se nos presenta a Moisés como un líder modelo: guía del pueblo, profeta, hombre de Dios, el único que veía a Dios cara a cara:

No hubo nunca más en Israel otro profeta comparable a Moisés en el conocimiento que tenía de Yahvé, cara a cara, ni en las señales y prodigios que Yahvé le encomendó hacer en el país de Egipto, contra el faraón, sus oficiales y todo su reino, ni en la mano poderosa ni en las gestas terribles que obró Moisés en presencia de Israel (Dt 34, 10-12).

La profesora Christine Hayes señala que ningún ser humano reúne estos atributos en la Biblia, siendo inusual para los autores bíblicos ensalzar de tal manera a una persona. Moisés se convierte en el líder paradigmático de la tradición bíblica. Y la influencia de Moisés se pondrá de manifiesto en el primer líder que le sucede: Josué.

¿Quiénes fueron sus autores?


El concepto de autoría en la Biblia no puede entenderse como el de hoy. No pensemos en nombres, ni en una sola persona. Cuando los biblistas hablan de la fuente D, la fuente J o la fuente P están trazando hipótesis. Estas fuentes podrían ser un grupo de redactores, no necesariamente de la misma época y lugar, sino fieles a una tradición o línea de pensamiento.

En lo que sí coinciden la mayoría de estudiosos es que el Deuteronomio y los libros que lo siguen: Josué, Jueces, Reyes I y II, siguen una misma tónica y, por tanto, podemos relacionarlos. La llamada fuente D o deuteronómica tiene unas características propias que la distinguen de las demás fuentes de la Torá.

Por el contenido y estilo del libro, se pueden encontrar pistas valiosas sobre la fuente D. Su orientación ideológica la sitúa en el reino del Norte, próxima al profetismo yahvista, opuesto al culto a Baal, y a figuras como Oseas, que recalca el amor y la fidelidad de Dios hacia un pueblo que no le corresponde. También su hincapié en la justicia social la relaciona con los profetas. Por su insistencia en la centralidad del culto en un solo templo se puede asociar esta fuente a la reforma del rey Josías en el 622 a.C. Este rey estableció Jerusalén como centro religioso del pueblo y prohibió el culto en santuarios locales, montes y otros lugares. Otros detalles del Deuteronomio, sobre todo en cuanto a las leyes y rituales, sugieren añadidos posteriores de la escuela sacerdotal, en tiempos del exilio y post-exilio.

La intención


El Deuteronomio cierra el conjunto de la Torá o instrucción fundamental para todo buen israelita. Por tanto, es un libro que recoge los puntos fundamentales de la fe del pueblo. Constituye un referente, religioso y moral, para iluminar todos los aspectos de la vida.

Los diversos momentos de su redacción reflejan momentos de crisis y peligros. La reforma de Josías se produce mientras el imperio asirio vive su apogeo. Tras conquistar el reino del Norte, Asiria amenaza invadir Judá. Josías necesita reforzar la identidad y las instituciones del pueblo. La reforma religiosa, centralizando el culto en Jerusalén, es uno de sus instrumentos políticos.

En el exilio, más tarde, la convivencia con extranjeros, fuera de la propia tierra, obliga a adaptar y cambiar las leyes internas. Esto se refleja en el Código Deuteronómico, que revisa, modifica y actualiza muchos preceptos del antiguo Código de la Alianza.

El contexto del exilio es importante, pues explica el enfoque del Deuteronomio: Moisés, como los judíos desterrados, habla desde el otro lado del Jordán, con la perspectiva de un futuro próspero en la tierra prometida. El anhelo del regreso, la promesa de volver, anima las páginas de este libro.

En el Deuteronomio hay un mensaje de aliento y esperanza, una llamada a seguir confiando y a mantenerse unidos, conservando la propia identidad en tierras extrañas.

Por otra parte, el libro también intenta explicar el porqué de las desgracias sufridas por Israel. ¿Por qué el reino ha caído en manos extranjeras? ¿Por qué la deportación, la desposesión de la tierra? Si Dios es todopoderoso y bueno, si Dios ha elegido a Israel como su heredad, ¿por qué ha permitido que esto ocurra?

Mensaje religioso y moral


La respuesta la encontramos en el esquema deuteronómico. Es una dinámica que sigue la tónica bíblica de la libertad moral y la responsabilidad. Dios, de entrada, ofrece gratuitamente su amor y su pacto con el pueblo. Israel puede responder aceptando y acatando su voluntad, o rechazándola. El rechazo a Dios se traduce en idolatría e injusticia social. Cuando el pueblo rechaza a Dios, este se retira y, por tanto, está expuesto a cualquier peligro y desgracia. La catástrofe sufrida no es otra cosa que el resultado de haberse alejado de Dios.

Si obedeces los mandamientos de Yahvé, tu Dios, de amar a Yahvé, tu Dios, de seguir sus caminos y observar sus mandatos, sus decretos y sus decisiones, vivirás y te multiplicarás; Yahvé, tu Dios, te bendecirá en el país donde entrarás para tomar posesión de él […] (Dt 30, 16).

El esquema puede resumirse así:

  • Dios ofrece gratis su amor y su protección.
  • El pueblo asume las consecuencias y exigencias de este pacto:
    • Si es fiel, recibirá bendiciones, paz y prosperidad.
    • Si es infiel, lloverán maldiciones y la ruina.

Por tanto, la responsabilidad última es del pueblo.

Hoy he tomado como testimonio contra vosotros el cielo y la tierra, y os he propuesto la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para ti y para tus descendientes. Ama a Yahvé, tu Dios, obedécelo, sé fiel, en esto encontrarás la vida y vivirás muchos años en el país que Yahvé prometió dar a tus padres… (Dt 30, 19-20).

Desde el punto de vista religioso, en el Deuteronomio hay una exigencia fuerte, pero también una llamada a la esperanza. La roca firme de la fe es la convicción de ser pueblo sagrado, elegido, amado por Dios. Este amor de Dios es fiel e imperecedero. En el momento en que el pueblo infiel se vuelve arrepentido, Dios lo favorecerá de nuevo.

Por un lado, el Deuteronomio ataca el culto vacío y los rituales interesados. No es esto lo que Dios quiere. La respuesta a su amor incondicional ha de ser una lealtad sincera, de corazón. El famoso shemá Israel lo resume:

Escucha, Israel, Yahvé es tu Dios, solo Yahvé. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en el corazón las palabras que hoy te entrego. Imprímelas sobre tus hijos. Recítalas cuando estés en casa y cuando viajes, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas como una señal en tu mano y póntelas como una cinta en tu frente, inscríbelas en el lindar de tu casa y en tus puertas. (Dt 6, 4-9)

Desde una perspectiva moral, el Deuteronomio insiste en la justicia y denuncia la desigualdad y la pobreza. Se refleja aquí la sociedad opulenta del reino del Norte, antes de su caída, que tanto criticaron profetas como Amós y Oseas. La abundancia propiciaba la codicia de reyes y terratenientes, que cometían toda clase de atropellos contra los pequeños campesinos, reduciéndolos a la pobreza y a menudo a la esclavitud. Amar a Dios implica ser consecuente en la vida diaria y buscar la justicia y la protección del más débil.

Maldito quien viole el derecho de los forasteros, los huérfanos y las viudas (Dt 27, 19).
No devuelvas a su amo al esclavo fugitivo que se refugia en tu casa. Que viva en tu país, en el lugar que él escoja, en una de tus ciudades donde se encuentre bien; no lo oprimas (Dt 23, 15-17).

Temas clave del Deuteronomio


El primero, sin duda, es el amor de Dios. En el Deuteronomio este amor es un don incondicional. Pero, ¡alerta! Que Israel no se sienta especial ni superior a otras naciones, porque el motivo de este amor no es ningún mérito propio:

Yahvé no se ha ligado con vosotros ni os ha elegido porque fuerais los más numerosos entre los pueblos. En realidad, sois los más pequeños de todo. Es porque os ama y porque quiere cumplir el juramento dado a vuestros padres. […] Reconoce, pues, que Yahvé, tu Dios, es el verdadero Dios, tu Dios fiel que mantiene el pacto y su amor hasta la milésima generación de quienes le aman y observan sus mandamientos… (Dt 7, 7-10).

Este amor se expresa mediante vigorosas metáforas. Una de ellas, que utilizan también los profetas, especialmente Oseas, es la del amor conyugal. Dios es el esposo e Israel la esposa. También se utiliza la imagen del padre y los hijos, el águila y los polluelos:

Lo encontró en el país del desierto, en la soledad de alaridos salvajes. Se preocupó y lo instruyó, veló por él como por la niña de sus ojos. Como el águila levanta su nidada y planea sobre sus pequeños, extiende las alas y los lleva sobre las plumas. Yahvé solo lo guía, con él no hay dios extranjero (Dt 32, 10-12).

Otro tema crucial es el concepto de Israel como pueblo santo, elegido, separado. Esto implica que sus gentes deben ser fieles, también, a la ley al culto de Yahvé para mantener su carácter sagrado:

Porque tú eres un pueblo santo para Yahvé, tu Dios. Yahvé, tu Dios, te ha escogido para que seas su pueblo entre todas las naciones que hay en el mundo (Dt 7, 6).
Mira los cielos y la tierra y todo lo que contienen. Son de Yahvé, tu Dios. Pero él sólo se inclinó hacia nuestros padres, los amó y entre todos los pueblos escogió a su descendencia, es decir, a vosotros, hasta el día de hoy (Dt 10, 14).

Otros temas importantes:
  • Centralización del culto en Jerusalén. Disposiciones especiales para los sacerdotes y levitas.
  • Abstracción de la divinidad: el templo es el lugar donde habita su nombre, no él directamente. Se abandonan las imágenes antropomórficas por una presencia más intangible.
  • Dios se puede escuchar, pero no ver. No abundan las manifestaciones visuales de su presencia como en otros pasajes bíblicos ―nubes, fuego, tormenta―.
  • Los sacrificios ya no son imprescindibles para invocar la presencia de Dios, son ofrendas que luego se reparten entre los sacerdotes y los pobres.
  • Insistencia en la justicia social: pobres, huérfanos, viudas.
  • Cada generación renueva el pacto con Dios en el monte sagrado. Se actualiza la alianza con la celebración de la Pascua.

Observa la llegada del mes de habib para celebrar la Pascua de Yahvé, tu Dios. Porque el mes de habib, durante la noche, Yahvé, tu Dios, te hizo salir de Egipto. […] Come pan sin levadura durante siete días, recordando que saliste precipitadamente de Egipto; así tendrás presente toda la vida el día que saliste del país de Egipto (Dt 16, 1-3).

Conclusión


El Deuteronomio culmina la Torá, pero la historia del pueblo queda abierta. Aún no ha entrado en la tierra prometida. Por tanto, concluye una etapa pero se inicia otra.  Israel ha salido liberado de Egipto, pero tiene que conquistar la tierra prometida. Desde la perspectiva del pueblo exiliado, siglos más tarde, encontraremos otra comunidad que también ha de liberarse del yugo extranjero y que espera volver a su tierra añorada. Desde esta óptica, es  fácil entender por qué el Deuteronomio lanza su mensaje: de reflexión ante lo ocurrido, de toma de posición ―asumir el pecado y los errores, volver a acercarse a Yahvé― y de esperanza, porque…

No hay nadie como el Dios de Jesurun; cabalga sobre el cielo para ayudarte, cabalga sobre las nubes lleno de majestad. Es un refugio el Dios de la antigüedad; aquí abajo, su brazo eterno persigue al enemigo ante ti y te ordena que lo extermines. Israel reposa seguro, la fuente de Jacob está apartada en un país de trigo y vino nuevo, donde el rocío destila del cielo. Feliz tú, Israel, ¿quién es como tú, pueblo salvado por Yahvé, escudo que te defiende? (Dt26-29).

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