domingo, 27 de julio de 2014

Los jueces

Después de Josué, la Biblia sigue relatando la historia de las tribus de Israel establecidas en la Tierra Prometida. Es un periodo azaroso, de inestabilidad y alternancia de periodos pacíficos con otros de guerras y enfrentamientos. Los israelitas no siempre conviven pacíficamente, ni entre ellos mismos ni con sus vecinos.
 
Los relatos del libro de los Jueces se cuentan entre los más conocidos de la Biblia. Llamativos, crudos, algunos de extrema violencia, han dado pie a numerosas adaptaciones literarias y cinematográficas. Muchos de estos relatos proceden de leyendas y tradiciones antiquísimas: beben de la épica oral y sus protagonistas son héroes populares muy atractivos y también muy humanos, con defectos y debilidades que los alejan mucho de ser santurrones o modelos de rectitud moral.

Los redactores finales del libro, sin embargo, son los autores de la escuela deuteronómica. Como en otras ocasiones, nos encontramos aquí con una obra de encaje: los viejos relatos épicos han sido colocados y dispuestos en un marco ideológico. En el capítulo anterior hablábamos de la historiosofía de la Biblia. Pues bien, aquí de nuevo encontramos que las aventuras de los jueces se enmarcan en el esquema de pensamiento deuteronómico.

Héroes y villanos

En el libro encontramos relatos sobre doce jueces, seis mayores, cuya historia se cuenta con mayor detalle, y seis menores. Veamos el contenido a grandes rasgos.

El capítulo 1 nos pone al día sobre la situación política de Israel, cómo se han situado las tribus y el territorio que falta por conquistar, así como los pueblos y reinos vecinos que los rodean.

El capítulo 2 expone los presagios del ángel de Yahvé. Esto es un añadido de los autores finales del libro, donde se recuerda lo que Dios ha hecho por su pueblo y se predice su futura infidelidad y sus vicisitudes. Este capítulo nos da las claves para interpretar el mensaje teológico del libro.

En el capítulo 3 encontramos a los primeros libertadores. Aquí destaca la historia de Ahod, juez que se enfrenta a los moabitas y pasa cuchillo a su rey con alevosía y trampa, en una escena no exenta de toques de humor negro.

Los capítulos 4 y 5 relatan la historia de Débora, una juez mujer, y Barak de la tribu de Neftalí, contra Jabín, rey de los cananeos y su general Sísara con sus novecientos carros de  combate. El canto de Débora es uno de los fragmentos más antiguos de la Biblia, con versos de gran vigor y belleza.

Los capítulos 6 al 9 explican las aventuras de Gedeón, el que quiso poner a prueba a Dios para confirmar su apoyo. Gedeón pelea contra una coalición de madianitas y nómadas montados a camello liderando un ejército muy inferior, de tan solo trescientos hombres. Vence, con astucia, ataque sorpresa… y la ayuda de Dios, por supuesto.

El capítulo 9 relata la historia de Abimélec y la revuelta de Siquem. Abimélec, hijo bastardo de Gedeón, conspira por el poder, logra atraer a su favor a la clase dominante de Siquem y emprende una matanza para librarse de todos sus hermanos. Consigue dinero, arma un ejército de mercenarios y se autoerige como rey. La experiencia de Abimélec es un primer ensayo de monarquía: «¿Qué es mejor para  vosotros, que os gobiernen setenta personas, los hijos de Jerobaal, o un solo hombre?» (Jueces 9, 2). Pero su reinado es efímero y acaba de forma desastrosa, con guerras y masacres de los oponentes que se alzan contra él.

En los capítulos 10 al 12 se relata la historia de Jefté, hijo de una prostituta y jefe de una banda de proscritos, que encabeza la lucha contra los amonitas que amenazan a Israel y se convierte en héroe. Su victoria resulta muy amarga por la trágica promesa que hace ante Yahvé, que le obliga a sacrificar a su única hija. El relato se hace eco de una costumbre cananea, el sacrificio humano, que posteriormente Israel había de rechazar.

 La historia de Sansón, uno de los héroes más celebrados, ocupa los capítulos 13 al 16: es el hombre consagrado a Yahvé, que goza de una fuerza sobrehumana y se convierte en el azote de los filisteos. Pero su gran debilidad, las mujeres extranjeras, lo lleva a la perdición.

Del 17 al 18 se nos relata la historia de Micá y su santuario idolátrico.

En los capítulos 19 al 21 encontramos otro relato sangriento: el de la concubina de los levitas violada y muerta por los y la venganza de todas las tribus contra los de Benjamín.

Muertes, violaciones, traiciones, guerrillas, proezas y escaramuzas: ¡la acción está servida! El libro de los Jueces termina con una frase que la profesora Christine Hayes califica de genial, y ciertamente lo es, ya que puede interpretarse de mil maneras. Dice así: «En aquel tiempo no había rey en Israel. Cada cual hacía aquello que le parecía bien».

Marco histórico

Leyendas y personajes aparte, el libro de los Jueces nos está retratando un panorama muy complejo de Canaán entre los años 1200 y 1000 a.C. Tenemos un mosaico de tribus y pequeños reinos, a veces aliados, a veces enemigos. A su alrededor, los grandes imperios entran en decadencia. Egipto pierde su hegemonía, Hatti (los hititas) sucumbe por presiones externas e internas y desaparece como potencia. En Mesopotamia, los asirios van ganando poder. El reino de Mittanni (Siria) es un estado tapón entre los babilonios, los asirios y los territorios de la costa. En el Egeo, la civilización micénica se hunde para desaparecer. Y por todo el Mediterráneo oriental los llamados pueblos del mar hacen de las suyas, arrasando, saqueando y poniendo en jaque a reinos e imperios.  Entre ellos se cuentan los filisteos, que se establecen en el sur de Canaán y crean una poderosa red de ciudades que domina el comercio marítimo, la pentápolis filistea.

Las tribus de Israel forman una confederación. Las une la fe en Yahvé y un pacto de mutua defensa y cooperación en caso de guerra. Aparte de esto, cada una se gobierna a su manera. Los ancianos ejercen un papel de autoridad, y de tanto en tanto surge un líder carismático que puede hacer las funciones de juez pero también de capitán guerrero si hace falta. La palabra juez en la Biblia no tiene un sentido exclusivamente legal. Juez, en realidad, es un líder del pueblo que se alza en momentos de especial dificultad para afrontar al enemigo, armando una tropa, o para dirimir litigios especialmente graves. 

No sabemos si las tribus eran doce exactamente. La Biblia ofrece datos y nombres, en su afán por registrar los orígenes de cada grupo, pero todo esto son reconstrucciones más o menos ideales. Tampoco eran aliadas incondicionales. En los relatos de los Jueces vemos que a veces se enfrentaban entre ellas y, cuando había que plantar cara al enemigo, rara vez se unían todas. La convivencia no era fácil y, paradójicamente, la única vez que leemos que todas se unieran es para luchar contra una de ellas, la de Benjamín, de la que finalmente se apiadan.

En resumen, podemos decir que el paso de la Edad de Bronce a la de Hierro en Canaán se vivió en medio de una situación inestable, de alternancia entre guerra y paz, sincretismo religioso, mezcla de culturas y lenta consolidación de una identidad y una fe en Yahvé, el único Dios.

La famosa frase, «En aquel tiempo no había rey en Israel. Cada cual hacía aquello que le parecía bien», puede sugerir un ambiente de autonomía y libertad pero también de anarquía y violencia. Es una conclusión que prepara al lector para el próximo libro, donde se debatirá el tema de la monarquía.

Marco teológico: el mensaje

Las vicisitudes del tiempo de los jueces son el escenario perfecto para introducir el esquema de pensamiento deuteronómico, que podríamos resumir en esta dinámica:

  • Dios ha regalado la tierra a su pueblo, sellando una alianza con él.
  • El pueblo, ingrato y olvidadizo, se olvida de la alianza y se entrega a los cultos idolátricos de los pueblos vecinos.
  • La infidelidad acarrea la desgracia e Israel cae bajo las zarpas de sus reinos vecinos, que lo oprimen y le hacen la guerra.
  • Ante la opresión, Israel clama a Dios, este es compadece y suscita a un juez que liberará al pueblo y lo conducirá a la victoria contra sus enemigos. El pueblo será fiel y vivirá en paz durante unos años.

Este esquema se repite y es ideal para situar a los jueces, héroes queridos por la tradición popular, como liberadores que vienen de parte de Yahvé. Ellos son la mano de Dios, su misericordia y su apoyo manifiesto entre su pueblo. El mensaje, por otra parte, es muy claro: si eres fiel a Dios, él te defenderá. Si traicionas la alianza y adoras a otros ídolos, caerás en la desgracia. Pero Dios, si clamas a él, terminará compadeciéndose.

El mal comportamiento de los israelitas volvió a ofender a Yahvé; daban culto a los baales, a los troncos sagrados, a los dioses de Aram, de Sidón, de Moab, de los cananeos y los filisteos. Abandonaron a Yahvé y no le daban culto. La severidad de Yahvé se inflamó contra Israel y los dejó en poder de los filisteos y los amonitas. Desde entonces, inquietaron y oprimieron a los israelitas durante dieciocho años… Entonces los israelitas clamaron a Yahvé, diciendo: Hemos pecado contra ti, hemos abandonado a nuestro Dios y hemos dado culto a los baales. Yahvé respondió: ¿No os oprimieron ya los egipcios, los amorreos, los amonitas…? No quiero salvaros de nuevo. Id a invocar a los dioses que habéis escogido… Los israelitas respondieron: Es verdad, hemos pecado. Pero ahora, por favor, sálvanos. Y arrojaron lejos de ellos a los dioses extranjeros para dar culto a Yahvé. Entonces a Yahvé se le hizo insoportable el sufrimiento de Israel. (Jueces 10, 6-16).

La fidelidad trae la paz y la prosperidad; la infidelidad, es decir, la idolatría, comporta la guerra y la pobreza. El mensaje es claro y contundente. Quiere provocar en el lector una respuesta. La experiencia del pueblo sirve para reforzar el argumento. La fidelidad a Dios conlleva la unión de las tribus, la fuerza y la victoria.

El mensaje, hoy

¿Qué nos puede decir este libro a los lectores contemporáneos? La crítica fácil es considerar que estos relatos aúpan el chovinismo y el fanatismo religioso. También es fácil decir que está asentando una moral del premio y el castigo y quedarse ahí. De nuevo convendría recordar el contexto en que fue escrito y cómo ese mensaje puede tener un sentido en la realidad de hoy.

En el contexto del exilio en Babilonia, donde la intención de los autores bíblicos era unir a un pueblo desterrado y disperso, se entiende que la fidelidad era clave para mantener la unión y la identidad. Los reinos extranjeros son la potencia dominante, la que los ha deportado y los somete. En un ambiente foráneo es fácil perder las costumbres tradicionales e incluso adoptar otra religión, sobre todo cuando existe presión por parte de los gobernantes. Ahí es donde Israel se alza con su rebeldía: no quiere dejar de ser él, no quiere perder su identidad. Y siente que posee una fuerza interna que no viene de sí mismo, sino de Alguien mayor, una presencia que jamás lo ha abandonado del todo y que lo apoya y sostiene en los momentos de dificultad. Esa presencia que da coraje, aliento y vida es el único Dios, sin nombre, sin imágenes y sin cultos exóticos, no vinculado a una tierra, porque toda la Tierra es suya, ni a un rey ni a un templo, porque su auténtico reino es el corazón humano y su imperio es el universo entero. Por eso Yahvé pide, ante todo, fidelidad exclusiva y amor indiviso.

Fidelidad. ¿Acaso no es un valor que también podemos aceptar hoy? En nuestra vida, y en cualquier proyecto, la fidelidad a nuestros principios y valores, la perseverancia en nuestra misión, la fe en las metas que nos proponemos, la lealtad hacia nuestros familiares y seres queridos, ¿no es esto lo que nos consigue el éxito y las mayores gratificaciones? En cambio, la dispersión, dejarnos influir por unos y otros, dar más importancia ―dar culto― a lo que realmente no la tiene, nos quita energías, nos confunde y termina perdiéndonos e incluso enfermándonos. Fidelidad a unos valores y a unas personas, frente a las mil y una distracciones que nos ofrece un sistema consumista, no deja de ser un mensaje potente y válido para el siglo XXI. Y para ser fieles, como lo hicieron los jueces, hay que desinstalarse de la comodidad y armarse. Armarse de valor, de paciencia, de resolución y capacidad de sacrificio. La victoria ―conseguir nuestros objetivos, culminar un proyecto, alcanzar una vida digna y plena― bien lo vale.

Yahvé vs. Baal

Unas anotaciones sobre el conflicto religioso subyacente en este libro. Si volvemos al contexto histórico de las tribus israelitas, asentadas en la tierra prometida, y ahondamos un poco en lo que debía ser su vida cotidiana, entenderemos mejor la polémica Yahvé-ídolos.

El yahvismo surge en un contexto nómada, en el desierto. Dios es el compañero, el protector durante el camino. El Dios de la historia y del éxodo es un buen apoyo para una etapa de provisionalidad y de cambio. Pero, ¿qué sucede al llegar a la tierra que mana leche y miel?

Canaán es una cultura agraria. La naturaleza es más generosa que en el desierto y las gentes dependen de la tierra, la lluvia y el sol benefactor para poder sobrevivir. Los dioses se encarnan en las fuerzas naturales y, como son caprichosos y volubles, deben ser aplacados. De ahí que la religión que se desarrolla contemple una serie de rituales y liturgias que, mediante la imitación de las batallas cósmicas entre dioses, consigan atraer su favor hacia los mortales. El, Baal, Astarté, Anat y otras deidades pueblan los cielos y su fuerza atrae la lluvia, el viento, el sol y la fertilidad de los campos. La cópula sagrada entre Baal y Astarté garantiza que la tierra dé sus frutos; por tanto, el acto sexual entre hombre y mujer es un rito que propicia una buena cosecha. De aquí surge la prostitución sagrada y una serie de cultos que practicaban los cananeos, con tanto fervor como afición. ¡Su supervivencia dependía de ello!

Los nómadas recién llegados del desierto debieron caer cautivados ante estas prácticas tan sofisticadas y atrayentes. ¿Cómo arriesgarse a perder la cosecha? La solución fue algo muy natural: el sincretismo. Para la vida cotidiana, el campo y las tareas del hogar, había que dar culto a los dioses cananeos. En situaciones de dificultad, peligro o guerra, Yahvé era el gran defensor. ¿Podía conciliarse la fe en Yahvé y el culto a los baales y asherás? Una gran parte del pueblo así lo hizo. En la Biblia encontramos pistas que apuntan a este sincretismo. Los mismos nombres de muchos personales contienen la desinencia –baal (como Jerobaal, otro nombre de Gedeón).

La controversia se desató con el movimiento profético, en los años de la monarquía, y posteriormente, en el exilio y el post-exilio. Si Yahvé es el único Dios, señor de la historia, ¿será también señor de la naturaleza y de las fuerzas vitales? Quizás en el pueblo llano no existía problema. Uno podía muy bien adorar a Yahvé y luego, en casa, tener sus pequeños ídolos para asegurar prosperidad, salud o un buen parto a su mujer. Se podía quemar incienso a Dios y erigir un poste a Baal; adorar al Dios liberador y a la Astarté madre de la fertilidad. ¿Por qué no?

Los profetas y los autores bíblicos llegaron a la conclusión de que ambas creencias eran incompatibles. ¿Por qué es irreconciliable el culto a Yahvé con el culto a los otros dioses?

Religión y sexo

Cito de los apuntes de Historia de Israel de un alumno de la Facultad de Teología de Catalunya:
A pesar de los intentos populares por unir la religión cananea y la fe mosaica, las dos eran básicamente incompatibles, puesto que las dos comprendían la relación del hombre con la divinidad de manera radicalmente diferente, encontrando expresión en visiones diametralmente opuestas del mundo. La oposición expresada en la frase «Yahvé contra Baal» se ilumina con el sexo.
En la religión cananea, el sexo estaba elevado al reino de lo divino. Los poderes divinos se revelaban en la esfera de la naturaleza, es decir, en el misterio de la fertilidad. Los dioses eran de naturaleza sexuada y se les daba culto con ritos sexuales. Las relaciones eróticas entre el dios y la diosa se escondían tras el ciclo siempre recurrente de la muerte y el renacimiento de la fertilidad, representado por la muerte y resurrección anuales de Baal. Este ciclo de la fertilidad, según la visión antigua, no tenía lugar por sí mismo, ni por medio de una ley natural. El propósito de la religión era preservar y controlar la fertilidad de la que el hombre dependía para su existencia y bienestar humano. Y puesto que la religión aspiraba a mantener la armonía y el ritmo del orden natural, era un medio aprovechable por la aristocracia que deseaba mantener su estatus social contra posibles cambios devastadores. El baalismo abastecía el deseo del hombre de encontrar seguridad en su entorno natural precario.
Según la fe de Israel, el poder de lo divino se revelaba en la esfera de la historia, es decir, en la maravilla de un acontecimiento irrepetible, el Éxodo, que fue la señal de la liberación de Dios a favor de su pueblo y el llamamiento a obedecerle dentro de la comunidad de la alianza. A diferencia de Baal, Yahvé no posee ninguna consorte a su lado, no es de naturaleza sexual ni hay que darle culto por medio de ritos sexuales. Es cierto que la fe de Israel no adopta una actitud negativa hacia el sexo, pues éste pertenece a la creación divina y, como tal, es santo. Pero aunque Yahvé es el señor de la fertilidad, no es un dios de la fertilidad al que se hace morir y renacer, sujeto a la muerte y a la resurrección del mundo natural. En la concepción de Israel, Yahvé es el Dios viviente que se revela a sí mismo en el área de la historia humana, donde la vida toca a la vida, donde las injusticias oprimen y donde se alimentan las esperanzas de liberación; donde los hombres están llamados a tomar decisiones que pueden alterar el curso de la historia.
Mientras la religión de Baal enseña a los hombres a controlar a los dioses, la fe de Israel insiste en servir a Dios con gratitud por su benevolencia y como respuesta a la tarea que él ha exigido a su pueblo. Yahvé no puede ser obligado por la magia, solo puede ser creído o traicionado, obedecido o desobedecido, pero su voluntad es siempre soberana.
Los líderes más inteligentes de Israel percibieron la oposición fundamental entre las austeras exigencias de Yahvé y la religión erótica de Canaán. Se formularon entonces esta pregunta: «El significado de la vida del hombre, ¿tiene que abrirse en su relación con los poderes divinos dentro de la naturaleza, o en su relación con el señor de la historia?». Esta pregunta fundamental no fue respondida de la noche a la mañana. La fe de Israel se encontró desafiada por su opuesta, la religión cananea. Hicieron falta muchas generaciones para que la fuerza y la exclusividad de la fe mosaica fuera percibida totalmente.
Si Dios es todopoderoso y fuente de todo ser, como él no puede haber más que uno. No hay otro poder en el mundo fuera del suyo. La magia es inútil. Todo está en sus manos. Por tanto, pide adoración exclusiva y sincera. Las ofrendas y sacrificios tampoco son necesarios, la única ofrenda es la consagración de la propia vida, la adhesión y la lealtad a toda prueba. ¿Cómo se demuestra? Con gratitud y guardando sus preceptos, que piden justicia con Dios y con los hombres. A Dios no se le puede comprar.

El monoteísmo es mucho más que un simple exclusivismo religioso. Entraña una visión de Dios, pero también del mundo y del hombre. Una visión donde el hombre lo recibe todo del Ser creador pero, al mismo tiempo, como ser creado a imagen de Dios, es libre. Esta libertad para decidir, para decir sí o no, le otorga un gran poder, pero también una responsabilidad enorme. Deberá acarrear con las consecuencias de lo que decida y asumir que todo cuanto haga tendrá un resultado. No hay buena ni mala suerte, tampoco hay un destino que predetermina el futuro. Hay, simplemente, libertad de elección.

Evidentemente, esta visión choca con una religiosidad vinculada a la magia y a los rituales propiciatorios, donde prima el do ut des, el intercambio de favores entre el hombre y la deidad y, finalmente, el capricho divino y el destino incierto que se escapa de las manos del hombre. Faltaría añadir que esta religiosidad es mucho más cómoda y fácil de seguir que la otra. El comercio y el trueque son muy humanos. El miedo al futuro y el deseo de controlar lo incontrolable son casi connaturales en nosotros. Admitir que con Dios no se puede regatear, que no podemos dominarlo y que, al mismo tiempo, somos responsables de buena parte de lo que nos sucede pide mucha humildad, coraje y madurez. Requiere una gran dosis de coherencia vital, y también de perseverancia. Pide mucha fe, fe entendida como certeza de lo que aún no es evidente. Pide valor y audacia. Y todos pecamos, en algún momento de nuestra vida, de miedo, engreimiento, impaciencia y ganas de aferrarnos a cualquier seguridad, aunque sea a un precio elevado. A todos nos resulta más fácil ser víctimas que asumir las consecuencias de nuestros actos. Todos somos idólatras alguna vez y nuestra fidelidad humana no puede compararse a la divina.  


Pero ahí está el Libro de los Jueces para recordarnos que, por mucho que nos alejemos de Dios, él siempre está dispuesto a echarnos un cable. Basta que elevemos hacia él nuestro clamor. No resistirá nuestras quejas y enviará un liberador. De carne y hueso, eso sí. Como en el éxodo, con Moisés, como en la conquista de la tierra, con Josué y sus camaradas, a Dios le gusta actuar con manos humanas.

4 comentarios:

  1. Interesantísimo este apunte sobre el Libro de los Jueces. Acertado el planteamiento y las conclusiones. Dios no resistirá nuestras quejas y enviará un liberador. No obstante sabemos que difícilmente podremos invocar verdaderamente a Dios mientras podamos confiar en nuestras posibilidades en este mundo. En esta situación es fácil apartarse de Dios porque no es enteramente necesario y podemos sustituirlo fácilmente por nuestros dioses particulares. Algo así le sucedió al pueblo de Israel. Nosotros, como cristianos, no debemos apartar nuestra vista de Jesucristo y pedir ser llenados de su Santo Espíritu.

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  2. me gustaría saber las fuentes bibliográficas del artículo, está muy bien

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  3. Un poco tarde respondo. Las fuentes bibliográficas de este artículo son varias, pero básicamente son el curso de Biblia Hebrea de Christine Hayes, impartido en la Universidad de Yale, cuya traducción al español en libro está reseñada en la columna derecha de este blog, y otro curso de Historia del Antiguo Israel del profesor Eduard Bosch, de la Facultad de Teología de Catalunya, también convertido en libro y disponible en Amazon. Además, otra bibliografía básica y muy didáctica sobre el tema son los libros Introducción al Antiguo Testamento, de J. L. Ska, y Dios camina con los pobres, de Rafael de Sivatte. ¡Gracias por comentar y compartir!

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