domingo, 27 de julio de 2014

Los jueces

Después de Josué, la Biblia sigue relatando la historia de las tribus de Israel establecidas en la Tierra Prometida. Es un periodo azaroso, de inestabilidad y alternancia de periodos pacíficos con otros de guerras y enfrentamientos. Los israelitas no siempre conviven pacíficamente, ni entre ellos mismos ni con sus vecinos.
 
Los relatos del libro de los Jueces se cuentan entre los más conocidos de la Biblia. Llamativos, crudos, algunos de extrema violencia, han dado pie a numerosas adaptaciones literarias y cinematográficas. Muchos de estos relatos proceden de leyendas y tradiciones antiquísimas: beben de la épica oral y sus protagonistas son héroes populares muy atractivos y también muy humanos, con defectos y debilidades que los alejan mucho de ser santurrones o modelos de rectitud moral.

Los redactores finales del libro, sin embargo, son los autores de la escuela deuteronómica. Como en otras ocasiones, nos encontramos aquí con una obra de encaje: los viejos relatos épicos han sido colocados y dispuestos en un marco ideológico. En el capítulo anterior hablábamos de la historiosofía de la Biblia. Pues bien, aquí de nuevo encontramos que las aventuras de los jueces se enmarcan en el esquema de pensamiento deuteronómico.

Héroes y villanos

En el libro encontramos relatos sobre doce jueces, seis mayores, cuya historia se cuenta con mayor detalle, y seis menores. Veamos el contenido a grandes rasgos.

El capítulo 1 nos pone al día sobre la situación política de Israel, cómo se han situado las tribus y el territorio que falta por conquistar, así como los pueblos y reinos vecinos que los rodean.

El capítulo 2 expone los presagios del ángel de Yahvé. Esto es un añadido de los autores finales del libro, donde se recuerda lo que Dios ha hecho por su pueblo y se predice su futura infidelidad y sus vicisitudes. Este capítulo nos da las claves para interpretar el mensaje teológico del libro.

En el capítulo 3 encontramos a los primeros libertadores. Aquí destaca la historia de Ahod, juez que se enfrenta a los moabitas y pasa cuchillo a su rey con alevosía y trampa, en una escena no exenta de toques de humor negro.

Los capítulos 4 y 5 relatan la historia de Débora, una juez mujer, y Barak de la tribu de Neftalí, contra Jabín, rey de los cananeos y su general Sísara con sus novecientos carros de  combate. El canto de Débora es uno de los fragmentos más antiguos de la Biblia, con versos de gran vigor y belleza.

Los capítulos 6 al 9 explican las aventuras de Gedeón, el que quiso poner a prueba a Dios para confirmar su apoyo. Gedeón pelea contra una coalición de madianitas y nómadas montados a camello liderando un ejército muy inferior, de tan solo trescientos hombres. Vence, con astucia, ataque sorpresa… y la ayuda de Dios, por supuesto.

El capítulo 9 relata la historia de Abimélec y la revuelta de Siquem. Abimélec, hijo bastardo de Gedeón, conspira por el poder, logra atraer a su favor a la clase dominante de Siquem y emprende una matanza para librarse de todos sus hermanos. Consigue dinero, arma un ejército de mercenarios y se autoerige como rey. La experiencia de Abimélec es un primer ensayo de monarquía: «¿Qué es mejor para  vosotros, que os gobiernen setenta personas, los hijos de Jerobaal, o un solo hombre?» (Jueces 9, 2). Pero su reinado es efímero y acaba de forma desastrosa, con guerras y masacres de los oponentes que se alzan contra él.

En los capítulos 10 al 12 se relata la historia de Jefté, hijo de una prostituta y jefe de una banda de proscritos, que encabeza la lucha contra los amonitas que amenazan a Israel y se convierte en héroe. Su victoria resulta muy amarga por la trágica promesa que hace ante Yahvé, que le obliga a sacrificar a su única hija. El relato se hace eco de una costumbre cananea, el sacrificio humano, que posteriormente Israel había de rechazar.

 La historia de Sansón, uno de los héroes más celebrados, ocupa los capítulos 13 al 16: es el hombre consagrado a Yahvé, que goza de una fuerza sobrehumana y se convierte en el azote de los filisteos. Pero su gran debilidad, las mujeres extranjeras, lo lleva a la perdición.

Del 17 al 18 se nos relata la historia de Micá y su santuario idolátrico.

En los capítulos 19 al 21 encontramos otro relato sangriento: el de la concubina de los levitas violada y muerta por los y la venganza de todas las tribus contra los de Benjamín.

Muertes, violaciones, traiciones, guerrillas, proezas y escaramuzas: ¡la acción está servida! El libro de los Jueces termina con una frase que la profesora Christine Hayes califica de genial, y ciertamente lo es, ya que puede interpretarse de mil maneras. Dice así: «En aquel tiempo no había rey en Israel. Cada cual hacía aquello que le parecía bien».

Marco histórico

Leyendas y personajes aparte, el libro de los Jueces nos está retratando un panorama muy complejo de Canaán entre los años 1200 y 1000 a.C. Tenemos un mosaico de tribus y pequeños reinos, a veces aliados, a veces enemigos. A su alrededor, los grandes imperios entran en decadencia. Egipto pierde su hegemonía, Hatti (los hititas) sucumbe por presiones externas e internas y desaparece como potencia. En Mesopotamia, los asirios van ganando poder. El reino de Mittanni (Siria) es un estado tapón entre los babilonios, los asirios y los territorios de la costa. En el Egeo, la civilización micénica se hunde para desaparecer. Y por todo el Mediterráneo oriental los llamados pueblos del mar hacen de las suyas, arrasando, saqueando y poniendo en jaque a reinos e imperios.  Entre ellos se cuentan los filisteos, que se establecen en el sur de Canaán y crean una poderosa red de ciudades que domina el comercio marítimo, la pentápolis filistea.

Las tribus de Israel forman una confederación. Las une la fe en Yahvé y un pacto de mutua defensa y cooperación en caso de guerra. Aparte de esto, cada una se gobierna a su manera. Los ancianos ejercen un papel de autoridad, y de tanto en tanto surge un líder carismático que puede hacer las funciones de juez pero también de capitán guerrero si hace falta. La palabra juez en la Biblia no tiene un sentido exclusivamente legal. Juez, en realidad, es un líder del pueblo que se alza en momentos de especial dificultad para afrontar al enemigo, armando una tropa, o para dirimir litigios especialmente graves. 

No sabemos si las tribus eran doce exactamente. La Biblia ofrece datos y nombres, en su afán por registrar los orígenes de cada grupo, pero todo esto son reconstrucciones más o menos ideales. Tampoco eran aliadas incondicionales. En los relatos de los Jueces vemos que a veces se enfrentaban entre ellas y, cuando había que plantar cara al enemigo, rara vez se unían todas. La convivencia no era fácil y, paradójicamente, la única vez que leemos que todas se unieran es para luchar contra una de ellas, la de Benjamín, de la que finalmente se apiadan.

En resumen, podemos decir que el paso de la Edad de Bronce a la de Hierro en Canaán se vivió en medio de una situación inestable, de alternancia entre guerra y paz, sincretismo religioso, mezcla de culturas y lenta consolidación de una identidad y una fe en Yahvé, el único Dios.

La famosa frase, «En aquel tiempo no había rey en Israel. Cada cual hacía aquello que le parecía bien», puede sugerir un ambiente de autonomía y libertad pero también de anarquía y violencia. Es una conclusión que prepara al lector para el próximo libro, donde se debatirá el tema de la monarquía.

Marco teológico: el mensaje

Las vicisitudes del tiempo de los jueces son el escenario perfecto para introducir el esquema de pensamiento deuteronómico, que podríamos resumir en esta dinámica:

  • Dios ha regalado la tierra a su pueblo, sellando una alianza con él.
  • El pueblo, ingrato y olvidadizo, se olvida de la alianza y se entrega a los cultos idolátricos de los pueblos vecinos.
  • La infidelidad acarrea la desgracia e Israel cae bajo las zarpas de sus reinos vecinos, que lo oprimen y le hacen la guerra.
  • Ante la opresión, Israel clama a Dios, este es compadece y suscita a un juez que liberará al pueblo y lo conducirá a la victoria contra sus enemigos. El pueblo será fiel y vivirá en paz durante unos años.

Este esquema se repite y es ideal para situar a los jueces, héroes queridos por la tradición popular, como liberadores que vienen de parte de Yahvé. Ellos son la mano de Dios, su misericordia y su apoyo manifiesto entre su pueblo. El mensaje, por otra parte, es muy claro: si eres fiel a Dios, él te defenderá. Si traicionas la alianza y adoras a otros ídolos, caerás en la desgracia. Pero Dios, si clamas a él, terminará compadeciéndose.

El mal comportamiento de los israelitas volvió a ofender a Yahvé; daban culto a los baales, a los troncos sagrados, a los dioses de Aram, de Sidón, de Moab, de los cananeos y los filisteos. Abandonaron a Yahvé y no le daban culto. La severidad de Yahvé se inflamó contra Israel y los dejó en poder de los filisteos y los amonitas. Desde entonces, inquietaron y oprimieron a los israelitas durante dieciocho años… Entonces los israelitas clamaron a Yahvé, diciendo: Hemos pecado contra ti, hemos abandonado a nuestro Dios y hemos dado culto a los baales. Yahvé respondió: ¿No os oprimieron ya los egipcios, los amorreos, los amonitas…? No quiero salvaros de nuevo. Id a invocar a los dioses que habéis escogido… Los israelitas respondieron: Es verdad, hemos pecado. Pero ahora, por favor, sálvanos. Y arrojaron lejos de ellos a los dioses extranjeros para dar culto a Yahvé. Entonces a Yahvé se le hizo insoportable el sufrimiento de Israel. (Jueces 10, 6-16).

La fidelidad trae la paz y la prosperidad; la infidelidad, es decir, la idolatría, comporta la guerra y la pobreza. El mensaje es claro y contundente. Quiere provocar en el lector una respuesta. La experiencia del pueblo sirve para reforzar el argumento. La fidelidad a Dios conlleva la unión de las tribus, la fuerza y la victoria.

El mensaje, hoy

¿Qué nos puede decir este libro a los lectores contemporáneos? La crítica fácil es considerar que estos relatos aúpan el chovinismo y el fanatismo religioso. También es fácil decir que está asentando una moral del premio y el castigo y quedarse ahí. De nuevo convendría recordar el contexto en que fue escrito y cómo ese mensaje puede tener un sentido en la realidad de hoy.

En el contexto del exilio en Babilonia, donde la intención de los autores bíblicos era unir a un pueblo desterrado y disperso, se entiende que la fidelidad era clave para mantener la unión y la identidad. Los reinos extranjeros son la potencia dominante, la que los ha deportado y los somete. En un ambiente foráneo es fácil perder las costumbres tradicionales e incluso adoptar otra religión, sobre todo cuando existe presión por parte de los gobernantes. Ahí es donde Israel se alza con su rebeldía: no quiere dejar de ser él, no quiere perder su identidad. Y siente que posee una fuerza interna que no viene de sí mismo, sino de Alguien mayor, una presencia que jamás lo ha abandonado del todo y que lo apoya y sostiene en los momentos de dificultad. Esa presencia que da coraje, aliento y vida es el único Dios, sin nombre, sin imágenes y sin cultos exóticos, no vinculado a una tierra, porque toda la Tierra es suya, ni a un rey ni a un templo, porque su auténtico reino es el corazón humano y su imperio es el universo entero. Por eso Yahvé pide, ante todo, fidelidad exclusiva y amor indiviso.

Fidelidad. ¿Acaso no es un valor que también podemos aceptar hoy? En nuestra vida, y en cualquier proyecto, la fidelidad a nuestros principios y valores, la perseverancia en nuestra misión, la fe en las metas que nos proponemos, la lealtad hacia nuestros familiares y seres queridos, ¿no es esto lo que nos consigue el éxito y las mayores gratificaciones? En cambio, la dispersión, dejarnos influir por unos y otros, dar más importancia ―dar culto― a lo que realmente no la tiene, nos quita energías, nos confunde y termina perdiéndonos e incluso enfermándonos. Fidelidad a unos valores y a unas personas, frente a las mil y una distracciones que nos ofrece un sistema consumista, no deja de ser un mensaje potente y válido para el siglo XXI. Y para ser fieles, como lo hicieron los jueces, hay que desinstalarse de la comodidad y armarse. Armarse de valor, de paciencia, de resolución y capacidad de sacrificio. La victoria ―conseguir nuestros objetivos, culminar un proyecto, alcanzar una vida digna y plena― bien lo vale.

Yahvé vs. Baal

Unas anotaciones sobre el conflicto religioso subyacente en este libro. Si volvemos al contexto histórico de las tribus israelitas, asentadas en la tierra prometida, y ahondamos un poco en lo que debía ser su vida cotidiana, entenderemos mejor la polémica Yahvé-ídolos.

El yahvismo surge en un contexto nómada, en el desierto. Dios es el compañero, el protector durante el camino. El Dios de la historia y del éxodo es un buen apoyo para una etapa de provisionalidad y de cambio. Pero, ¿qué sucede al llegar a la tierra que mana leche y miel?

Canaán es una cultura agraria. La naturaleza es más generosa que en el desierto y las gentes dependen de la tierra, la lluvia y el sol benefactor para poder sobrevivir. Los dioses se encarnan en las fuerzas naturales y, como son caprichosos y volubles, deben ser aplacados. De ahí que la religión que se desarrolla contemple una serie de rituales y liturgias que, mediante la imitación de las batallas cósmicas entre dioses, consigan atraer su favor hacia los mortales. El, Baal, Astarté, Anat y otras deidades pueblan los cielos y su fuerza atrae la lluvia, el viento, el sol y la fertilidad de los campos. La cópula sagrada entre Baal y Astarté garantiza que la tierra dé sus frutos; por tanto, el acto sexual entre hombre y mujer es un rito que propicia una buena cosecha. De aquí surge la prostitución sagrada y una serie de cultos que practicaban los cananeos, con tanto fervor como afición. ¡Su supervivencia dependía de ello!

Los nómadas recién llegados del desierto debieron caer cautivados ante estas prácticas tan sofisticadas y atrayentes. ¿Cómo arriesgarse a perder la cosecha? La solución fue algo muy natural: el sincretismo. Para la vida cotidiana, el campo y las tareas del hogar, había que dar culto a los dioses cananeos. En situaciones de dificultad, peligro o guerra, Yahvé era el gran defensor. ¿Podía conciliarse la fe en Yahvé y el culto a los baales y asherás? Una gran parte del pueblo así lo hizo. En la Biblia encontramos pistas que apuntan a este sincretismo. Los mismos nombres de muchos personales contienen la desinencia –baal (como Jerobaal, otro nombre de Gedeón).

La controversia se desató con el movimiento profético, en los años de la monarquía, y posteriormente, en el exilio y el post-exilio. Si Yahvé es el único Dios, señor de la historia, ¿será también señor de la naturaleza y de las fuerzas vitales? Quizás en el pueblo llano no existía problema. Uno podía muy bien adorar a Yahvé y luego, en casa, tener sus pequeños ídolos para asegurar prosperidad, salud o un buen parto a su mujer. Se podía quemar incienso a Dios y erigir un poste a Baal; adorar al Dios liberador y a la Astarté madre de la fertilidad. ¿Por qué no?

Los profetas y los autores bíblicos llegaron a la conclusión de que ambas creencias eran incompatibles. ¿Por qué es irreconciliable el culto a Yahvé con el culto a los otros dioses?

Religión y sexo

Cito de los apuntes de Historia de Israel de un alumno de la Facultad de Teología de Catalunya:
A pesar de los intentos populares por unir la religión cananea y la fe mosaica, las dos eran básicamente incompatibles, puesto que las dos comprendían la relación del hombre con la divinidad de manera radicalmente diferente, encontrando expresión en visiones diametralmente opuestas del mundo. La oposición expresada en la frase «Yahvé contra Baal» se ilumina con el sexo.
En la religión cananea, el sexo estaba elevado al reino de lo divino. Los poderes divinos se revelaban en la esfera de la naturaleza, es decir, en el misterio de la fertilidad. Los dioses eran de naturaleza sexuada y se les daba culto con ritos sexuales. Las relaciones eróticas entre el dios y la diosa se escondían tras el ciclo siempre recurrente de la muerte y el renacimiento de la fertilidad, representado por la muerte y resurrección anuales de Baal. Este ciclo de la fertilidad, según la visión antigua, no tenía lugar por sí mismo, ni por medio de una ley natural. El propósito de la religión era preservar y controlar la fertilidad de la que el hombre dependía para su existencia y bienestar humano. Y puesto que la religión aspiraba a mantener la armonía y el ritmo del orden natural, era un medio aprovechable por la aristocracia que deseaba mantener su estatus social contra posibles cambios devastadores. El baalismo abastecía el deseo del hombre de encontrar seguridad en su entorno natural precario.
Según la fe de Israel, el poder de lo divino se revelaba en la esfera de la historia, es decir, en la maravilla de un acontecimiento irrepetible, el Éxodo, que fue la señal de la liberación de Dios a favor de su pueblo y el llamamiento a obedecerle dentro de la comunidad de la alianza. A diferencia de Baal, Yahvé no posee ninguna consorte a su lado, no es de naturaleza sexual ni hay que darle culto por medio de ritos sexuales. Es cierto que la fe de Israel no adopta una actitud negativa hacia el sexo, pues éste pertenece a la creación divina y, como tal, es santo. Pero aunque Yahvé es el señor de la fertilidad, no es un dios de la fertilidad al que se hace morir y renacer, sujeto a la muerte y a la resurrección del mundo natural. En la concepción de Israel, Yahvé es el Dios viviente que se revela a sí mismo en el área de la historia humana, donde la vida toca a la vida, donde las injusticias oprimen y donde se alimentan las esperanzas de liberación; donde los hombres están llamados a tomar decisiones que pueden alterar el curso de la historia.
Mientras la religión de Baal enseña a los hombres a controlar a los dioses, la fe de Israel insiste en servir a Dios con gratitud por su benevolencia y como respuesta a la tarea que él ha exigido a su pueblo. Yahvé no puede ser obligado por la magia, solo puede ser creído o traicionado, obedecido o desobedecido, pero su voluntad es siempre soberana.
Los líderes más inteligentes de Israel percibieron la oposición fundamental entre las austeras exigencias de Yahvé y la religión erótica de Canaán. Se formularon entonces esta pregunta: «El significado de la vida del hombre, ¿tiene que abrirse en su relación con los poderes divinos dentro de la naturaleza, o en su relación con el señor de la historia?». Esta pregunta fundamental no fue respondida de la noche a la mañana. La fe de Israel se encontró desafiada por su opuesta, la religión cananea. Hicieron falta muchas generaciones para que la fuerza y la exclusividad de la fe mosaica fuera percibida totalmente.
Si Dios es todopoderoso y fuente de todo ser, como él no puede haber más que uno. No hay otro poder en el mundo fuera del suyo. La magia es inútil. Todo está en sus manos. Por tanto, pide adoración exclusiva y sincera. Las ofrendas y sacrificios tampoco son necesarios, la única ofrenda es la consagración de la propia vida, la adhesión y la lealtad a toda prueba. ¿Cómo se demuestra? Con gratitud y guardando sus preceptos, que piden justicia con Dios y con los hombres. A Dios no se le puede comprar.

El monoteísmo es mucho más que un simple exclusivismo religioso. Entraña una visión de Dios, pero también del mundo y del hombre. Una visión donde el hombre lo recibe todo del Ser creador pero, al mismo tiempo, como ser creado a imagen de Dios, es libre. Esta libertad para decidir, para decir sí o no, le otorga un gran poder, pero también una responsabilidad enorme. Deberá acarrear con las consecuencias de lo que decida y asumir que todo cuanto haga tendrá un resultado. No hay buena ni mala suerte, tampoco hay un destino que predetermina el futuro. Hay, simplemente, libertad de elección.

Evidentemente, esta visión choca con una religiosidad vinculada a la magia y a los rituales propiciatorios, donde prima el do ut des, el intercambio de favores entre el hombre y la deidad y, finalmente, el capricho divino y el destino incierto que se escapa de las manos del hombre. Faltaría añadir que esta religiosidad es mucho más cómoda y fácil de seguir que la otra. El comercio y el trueque son muy humanos. El miedo al futuro y el deseo de controlar lo incontrolable son casi connaturales en nosotros. Admitir que con Dios no se puede regatear, que no podemos dominarlo y que, al mismo tiempo, somos responsables de buena parte de lo que nos sucede pide mucha humildad, coraje y madurez. Requiere una gran dosis de coherencia vital, y también de perseverancia. Pide mucha fe, fe entendida como certeza de lo que aún no es evidente. Pide valor y audacia. Y todos pecamos, en algún momento de nuestra vida, de miedo, engreimiento, impaciencia y ganas de aferrarnos a cualquier seguridad, aunque sea a un precio elevado. A todos nos resulta más fácil ser víctimas que asumir las consecuencias de nuestros actos. Todos somos idólatras alguna vez y nuestra fidelidad humana no puede compararse a la divina.  


Pero ahí está el Libro de los Jueces para recordarnos que, por mucho que nos alejemos de Dios, él siempre está dispuesto a echarnos un cable. Basta que elevemos hacia él nuestro clamor. No resistirá nuestras quejas y enviará un liberador. De carne y hueso, eso sí. Como en el éxodo, con Moisés, como en la conquista de la tierra, con Josué y sus camaradas, a Dios le gusta actuar con manos humanas.

domingo, 13 de julio de 2014

Josué: la conquista de la tierra

El ciclo de la Torá se ha culminado, pero la historia queda abierta: el pueblo aún no ha entrado en la Tierra Prometida. Se inicia ahora una colección de libros que la Biblia Hebrea llama Profetas (Nevi’im), y que el canon cristiano denomina históricos. Siguiendo el canon hebreo o Tanakh, los Profetas se dividen en:

·    Primeros profetas: Josué, Jueces, Samuel I y II, Reyes I y II.
·   Profetas tardíos: Isaías, Ezequiel, Jeremías y el Libro de los Doce (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías).

En los libros de los primeros profetas se relata la historia de Israel: la ocupación de la Tierra Prometida, la consolidación de las doce tribus, el establecimiento de la monarquía y la historia del reino, su división, sus conflictos y su conquista por parte de asirios y babilonios, hasta la deportación a Babilonia y el exilio. Estos libros toman la forma de una narrativa histórica que bebe de fuentes más antiguas, desde la tradición oral hasta las crónicas de los archivos reales.

Esta historia no siempre se ajusta a lo que la arqueología y los estudios posteriores nos revelan. De nuevo nos encontramos con que la noción de historia de la Biblia no significa un informe riguroso y exacto de los hechos, sino un relato que persigue encontrar un sentido a lo sucedido. Yehezkel Kaufmann habla de una historiosofía o filosofía de la historia. El autor deuteronómico no quiere tanto contar lo que ocurre sino por qué ocurre, y qué sentido tiene para el oyente o lector del relato. Para ello se vale de un patrón literario que se repite en los diferentes libros y que sirve de marco a los hechos narrados. Los académicos han identificado a un autor o grupo editor, la escuela deuteronómica, cuya visión se transluce en los libros que siguen al Deuteronomio: Josué, Jueces, Samuel y Reyes.

¿Quién escribe?

Los compiladores de la escuela deuteronómica escriben desde el exilio en Babilonia, y esto es importante para explicar su posición y su ideología. Como ya comentamos en el capítulo anterior, el mensaje que se quiere transmitir es, por un lado, dar una explicación a la desgracia sufrida por Israel y, por otro, llamar a la esperanza. El pueblo debe mantenerse unido, debe conservar su identidad y si es fiel a Dios podrá retornar a su patria. El origen de todos los males ha sido el alejamiento de Dios; si el pueblo se arrepiente y vuelve sinceramente de corazón a la fe en Yahvé, éste lo protegerá y le devolverá la posesión de la tierra. Hay una clara llamada a la fidelidad a Dios y a su ley: «Que este libro de la Ley no se aparte de tus labios. Medítalo día y noche, para poder cumplir todo cuanto está escrito, así tendrás éxito en todas tus empresas, todo te irá bien» (Jos 1, 8).

Varios rasgos distinguen a la escuela deuteronómica y nos dan pistas sobre sus intereses y tal vez sobre su origen:

·   Jerusalén es el lugar designado por Dios para que su nombre lo habite.
·   El rey es importante: garantiza la ley y mantiene unido al pueblo. Los autores deuteronómicos son los únicos que prevén una legislación bajo un monarca.
·   Se resaltan figuras campeonas de Yahvé, como los profetas Elías y Eliseo, férreos defensores de la pureza de culto y la oposición a cualquier sincretismo.
·     Hay una preferencia por el reino del sur, Judá, y su dinastía, la casa de David.
·    Los cananeos son vistos con tintas muy negras.

¿Qué cuentan?

En el libro de Josué se relata la conquista y el reparto de la Tierra Prometida entre las doce tribus. El relato se divide en dos partes: la primera es una serie de campañas victoriosas, donde Josué se va encumbrando como líder (Jos 1-12). La segunda parte explica el reparto de la tierra entre las doce tribus (Jos 13-22). El final contiene la despedida de Josué y la renovación de la alianza con Dios en Siquem (Jos 23-24).

Josué es presentado como un segundo Moisés, que conduce a su pueblo de victoria en victoria y va tomando una tras otra las ciudades cananeas. En todas las campañas se repite la dinámica: Dios marcha con su gente, al frente de la tropa, presente en el arca sagrada de la alianza. El enemigo sucumbe aterrorizado y Josué y los suyos capturan la ciudad, que someten al exterminio sagrado o herem, esto es, que todo lo pasan a fuego y espada para entregarlo como ofrenda a Yahvé. En el libro se repite como un estribillo esta frase: «Sé valiente y firme, no tengas miedo: Yahvé tu Dios está contigo allí donde vayas» (Jos 1, 9).

Además, en la historia de Josué se dan unos episodios paralelos a los de la vida de Moisés. En primer lugar, el pueblo cruza el Jordán. Como en el paso del Mar Rojo, Dios divide las aguas del río mientras los sacerdotes están allí, en el cauce seco, con el arca. El pueblo armado pasa al otro lado a pie enjuto. Cuando el arca se retira las aguas vuelven a su curso (Js 3, 14). Este paso es conmemorado con doce piedras que se levantan en la orilla, una por tribu, como memorial. Este cruce de las aguas, símbolo del origen primordial y también de las fuerzas destructoras, es como un bautismo previo al nacimiento o a la formación de la futura comunidad.

Josué también recibe una visión, similar a la de Moisés ante la zarza ardiendo. Pero esta vez no es una llamarada, sino la imagen de un hombre con una espada desenvainada: «Soy el jefe del ejército de Yahvé. Acabo de llegar» (Js 5, 14), dice el misterioso guerrero. Josué se postra ante él y se pone a su servicio. El hombre le ordena descalzarse «porque el lugar que pisas es sagrado». No se explicita qué mensaje le transmite, aunque podemos imaginarlo.

La primera conquista es la de Jericó, la ciudad de las palmeras. Dos espías son protegidos y ocultados por la prostituta Rahab. Cuando Josué emprende su ataque, lo hará de forma muy singular, siguiendo las instrucciones de Yahvé. Rodea la ciudad con sus tropas, pero delante marchan los sacerdotes, con el arca sagrada y tocando sus cuernos. Durante seis días dan una vuelta a la ciudad, y al séptimo día dan siete. Cuando toca el último cuerno, todos lanzan un grito de guerra y las murallas de Jericó caen derrumbadas. Entonces la tropa invade la ciudad y la arrasa. Solo Rahab y su familia se salvan del exterminio.

Entre conquista y conquista, Josué renueva la alianza en el monte Ebal, ante Siquem. Allí escribe una copia de la ley sagrada ante los israelitas, se lee ante el pueblo y se lanzan las bendiciones para quien la cumpla y las maldiciones para quien la transgreda (Jos 8, 32-35). Al final del libro esta alianza será renovada.

Un episodio célebre del libro de Josué es la detención del sol durante la batalla de Gabaón. Josué y su tropa están combatiendo a una coalición de cinco reyes cananeos. Dios ha enviado un fuerte granizo que ha matado ya a muchos y los israelitas emprenden su persecución para exterminarlos. Es entonces cuando Josué clama al cielo: «Detente, sol, en Gabaón; detente, luna, en el valle de Ayalón». Y el sol se detiene hasta que terminan con sus enemigos. «Como aquel día no ha habido ninguno jamás, ni antes ni después; Yahvé obedeció la voz de un hombre, Yahvé mismo combatía por Israel» (Jos 10, 14).

La idea del libro es clara: Dios entrega la tierra a Israel. Es él quien aterroriza al enemigo, quien combate por los suyos y los lleva a la victoria. «No temas, porque los pongo en tus manos» (Jos 10, 8). «No tengáis miedo, sed fuertes y valientes, porque es así como Yahvé actuará con todos vuestros enemigos, con quienes luchéis» (Jos 10, 25). Sin su ayuda, no hubieran podido conquistar la tierra. Y la conquista es aplastante y completa. Por tanto, Israel no debe dormirse en los laureles del triunfo. Ha de recordar que todo se lo debe a Dios y debe guardar su ley fielmente, «sin apartarse a derecha ni a izquierda» si quiere conservar lo que ha obtenido.

Ahora bien, ¿qué sucedió en realidad? Veamos la otra cara de la historia.

Canaán, tierra disputada

La arqueología no concuerda con el relato bíblico. No se han encontrado restos de ciudades destruidas hacia el s. XII a.C., cuando se supone que Josué emprendió sus campañas. Jericó ni siquiera existía como ciudad, había sido destruida anteriormente y si quedaba algo sería una aldea de cuatro casas.

Por otra parte, la misma Biblia se contradice. Hay ciudades que, según el libro de Josué, fueron conquistadas pero luego, en el libro de los Jueces, se afirma que seguían siendo cananeas. Dice el libro de Josué que Yahvé dio a Israel «todo el país que le había prometido dar a sus padres» (Jos 21, 43), pero más tarde veremos que no es así. Josué, al parecer, murió habiendo dejado mucho territorio por conquistar… ¿Qué ocurre aquí?

Historiadores, arqueólogos y biblistas han intentado trazar un panorama de Canaán en el s. XII para comprender mejor cuál era el contexto histórico de los israelitas y cómo debió producirse su ocupación de la tierra. Esto y la perspectiva de los autores deuteronómicos, desde el exilio, nos permitirá comprender mejor el sentido del relato.

Canaán es una estrecha franja de tierra, por la que reyes e imperios han combatido durante milenios… ¡y siguen combatiendo hoy! ¿Qué tiene este territorio? No es especialmente rico ni espacioso, pero es un lugar de paso estratégico. A caballo entre Asia, Europa y África, por allí pasaban, en la antigüedad, las rutas comerciales entre Mesopotamia, Egipto y Asia Menor. Por tanto, quien controlaba estos pasos, podía enriquecerse fácilmente. Egipcios, hititas, asirios y babilonios echaron sus zarpas sobre la tierra cananea, aliándose o guerreando con los reyezuelos locales.

En Canaán se pueden distinguir tres grandes zonas: la llanura costera en occidente, las montañas centrales y el valle del Jordán, entre el mar de Genesaret y el Mar Muerto. El monte Hermón, al norte, es el punto más alto, con casi 3000 m de altura. El Mar Muerto, al sur, es el lugar más bajo del planeta, con 400 m bajo el nivel del mar. Valles fértiles, montes abruptos, colinas, riberas frondosas y desiertos áridos conforman una geografía accidentada que no favorece precisamente la unidad. De ahí que la Tierra Prometida fuera habitada por un mosaico de tribus a menudo rivales y enfrentadas.

Variedad geográfica, diversidad étnica: en Canaán convivían agricultores sedentarios, mercaderes de las ciudades, pastores seminómadas de los montes, cananeos y muchos otros ―jebuseos, amorreos, fereceos, heveos, hititas, filisteos…―. La convivencia no era fácil y los enfrentamientos entre unos y otros eran frecuentes.

En medio de esta mezcolanza, ¿cómo surge Israel? Porque hay algo claro, como lo refleja la estela del faraón Merenptah rememorando su campaña cananea en el 1204 a.C.: entre todos esos pueblos los israelitas son un grupo ya diferenciado, con entidad propia. Tal vez un grupo pequeño, insignificante, posiblemente molesto y rebelde, pero ¡ahí está!

El nacimiento de Israel

La profesora Christine Hayes señala tres hipótesis que los académicos proponen para explicar el surgimiento de Israel como pueblo distinto del resto.

·    La migración. Israel nace del progresivo asentamiento de pastores nómadas que bajan de los montes a los valles, ocupando diversos asentamientos. Esto se produce en una época de convulsiones en el Mediterráneo oriental. El imperio hitita se derrumba, Egipto ha perdido la hegemonía de los tiempos de Ramsés II y la XVIII dinastía, los enigmáticos “pueblos del mar” se ponen en movimiento y asolan diversos reinos y ciudades. Es en ese contexto cuando los hebreos se movilizan. Sin embargo, los restos arqueológicos sugieren que la ocupación fue relativamente pacífica y que posiblemente se integraron con la población sedentaria cananea.

·    La revolución. Según algunos estudiosos, Israel surge de una revolución social en el seno de la población cananea. Un grupo rebelde y marginal, los llamados habiru en diversas fuentes escritas de la antigüedad, se desmarca de sus paisanos para abrazar una fe distinta en Yahvé, el dios liberador. Entre este grupo se encontrarían los descendientes de un grupo de esclavos fugados de Egipto.

·   La agregación de pueblos. Es la teoría mejor respaldada por la arqueología. Propone que gradualmente surge un grupo, entre los cananeos, formado por componentes diversos que rinden culto a Yahvé, un dios venido de las regiones del sur. Este grupo diferenciado está formado por labradores sedentarios, esclavos fugados de Egipto, pastores seminómadas, madianitas, kenitas y habiru. Todos ellos abrazan la fe en Yahvé y adoptan la historia del Éxodo y la liberación como propia, pero al mismo tiempo comparten la cultura local de su entorno. Así, vemos cómo muchos de los atributos de Yahvé son propios de los dioses del panteón cananeo, especialmente El y Baal.

La inquina de los israelitas hacia los cananeos puede ser interpretada como una auténtica rivalidad entre hermanos, del mismo origen pero disputando por la tierra y enfrentándose por cuestiones religiosos. El origen común explica también el afán por diferenciarse, por distinguirse y resaltar una identidad propia y fuerte. La fe en Yahvé es un lazo de unión interna y a la vez un sello distintivo, de ahí que los dirigentes del pueblo insistan tanto en la fidelidad al único Dios y el rechazo de la idolatría y el sincretismo.

El mensaje: con Yahvé venceréis

De todo esto podemos extraer el mensaje que los autores deuteronomistas propusieron a su gente. Dios es un Dios amante y celoso. Ofrece apoyo y victoria ante los enemigos, pero pide una lealtad exclusiva y sin concesiones. La historia lo demuestra: cuando el pueblo ha sido fiel, Yahvé ha coronado sus empresas con la victoria. Cuando ha sido infiel, ha sobrevenido el desastre. La promesa de la tierra se cumplirá si Israel es leal a su Dios. El pueblo es libre de decidir pero debe afrontar las consecuencias. En la alianza de Siquem, Josué pide a los suyos que se definan y renueven su compromiso:

Por tanto, creed en Yahvé y adoradlo sinceramente y en verdad, echad fuera los dioses que adoraban vuestros padres en Mesopotamia y en Egipto, y dad culto a Yahvé. Y si os parece mal adorar a Yahvé, escoged hoy a quién daréis culto: a los dioses que adoraron vuestros padres en Mesopotamia o a los de los amorreos, en cuyo país vivís. En todo caso, yo y mi familia queremos adorar a Yahvé. […] El pueblo contestó: No, queremos adorar a Yahvé. […] Así pues, tenéis que desprenderos de los dioses extranjeros que tenéis entre vosotros y entregar vuestro corazón a Yahvé, Dios de Israel. El pueblo dijo: Queremos adorar a Yahvé, nuestro Dios, y obedecerlo. (Js 24, 15. 21. 23-24)

Dios responde, renovando su alianza con el pueblo y recordándole todo cuanto ha hecho por él:

Vosotros sois testimonios de todo aquello que Yahvé, vuestro Dios, ha obrado con estos pueblos que tenéis delante, de cómo Yahvé, vuestro Dios, ha luchado él mismo contra ellos a favor nuestro. […] Vosotros, tal como Yahvé, vuestro Dios, os prometió, poseeréis su tierra (Js 23, 3. 5).

Desde la perspectiva del exilio, este relato es una llamada a los israelitas no desfallecer, a mantenerse unidos, a conservar la identidad propia y a esperar que, un día, regresarán a la tierra prometida.

Para un lector de hoy, el libro de Josué no deja de tener sentido si le quitamos buena parte del rigorismo religioso, la simbología ritual y la  violencia implícita. Sé firme y valiente, confía y el éxito coronará tu empresa es una buena máxima, válida para toda persona y en todo tiempo. La fidelidad, a Dios y a los propios principios y valores, es otro buen criterio para afrontar la vida. Fidelidad y coraje podrían resumir, en dos palabras, el mensaje que el libro de Josué nos puede ofrecer a los lectores de hoy.

Sobre los muros de Jericó y el exterminio sagrado

Dos apuntes sobre la espectacular toma de Jericó y este concepto tan incómodo: el herem o exterminio sagrado.

La toma de Jericó, como hemos visto, se parece a cualquier cosa menos a un asalto en toda regla. Las siete vueltas a la ciudad, desfilando con el arca sagrada y al toque de trompeta, ¿no recuerdan más bien la imagen de una procesión religiosa?

Posiblemente el relato está dando una forma literaria y épica a una fiesta ritual, como queriendo explicar su origen. Encontramos elementos sagrados ―el arca, que contiene la ley de Dios y su presencia―, rituales ―las trompetas, los sacerdotes― y gestos del pueblo ―caminar dando vueltas tras el arca, el grito unánime―. Podemos concluir que este episodio es una forma dramática de explicar un culto a Dios. El mensaje que nos lanza concuerda con el de todo el libro: no son las armas ni vuestro esfuerzo quienes os salvarán, sino la mano todopoderosa de Yahvé. Por tanto, la mejor arma es serle fiel, y él os entregará todo lo que deseéis.

En cuanto al exterminio sagrado, hay que señalar que no era exclusivo de Israel, ni mucho menos. En otros pueblos del Oriente Medio se practicaba como parte de las leyes de la guerra. Era una forma de aplacar a los dioses mediante ofrendas materiales del botín de guerra. La ofrenda es quemada y destruida para que los dioses la posean.

Los israelitas repudiaban ciertas formas violentas de castigo y sacrificio, entre ellas los sacrificios humanos habituales en otras culturas, como la cananea. En Israel esta costumbre toma un sentido religioso y de obediencia a Dios. Todo cuanto se ha conquistado se ofrece a Dios, a quien se atribuye exclusivamente la victoria, siguiendo la línea de los autores bíblicos.

En la práctica, como señalaría el sentido común, el botín se debía aprovechar y repartir bien, los cautivos serían vendidos o reducidos a la servidumbre y una parte, quizás el oro y las joyas, se destinaría a los sacerdotes y al culto.

Las escenas de destrucción y matanza son exageradas y simbólicas, igual que la toma de Jericó. Pasar las ciudades por el exterminio sagrado significa dedicarlas, consagrarlas a Dios. Sin concesiones a otros dioses ni a la ambición personal de los líderes. Porque la victoria la da Dios, el botín también es suyo.

domingo, 6 de julio de 2014

CÓMO LEER LA BIBLIA, 4 pistas

Hemos ahondado en la Torá, los cinco primeros libros de la Biblia. Antes de pasar a las series siguientes (históricos, profetas, sapienciales) publico unos apuntes basados en la conferencia de la Dra. Núria Calduch, experta en Sagrada Escritura, impartida el 27 de febrero de 2014 y publicada en el Full Dominical del Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona.

¿Cómo abordar la lectura de la Biblia? ¿Cómo comprenderla? 

La Biblia católica es una biblioteca formada por 73 libros que no son fáciles de leer. Su diversidad es grande en contenido, géneros literarios y contextos históricos. Por la distancia en el tiempo, la cultura y el idioma, algunos aspectos nos resultan difíciles de comprender e interpretar.

¿Cómo leer la Biblia de forma inteligente, para obtener de ella el máximo provecho?

Ante un texto bíblico hay que aproximarse sin prisas para poder entablar un diálogo con él. Cabe hacerse cuatro preguntas:

  • ¿Qué dice el texto? Se trata de analizar su contenido, con la llamada crítica textual.
  • ¿Cómo lo dice? Se estudia la forma en que expresa su contenido, mediante la crítica literaria.
  • ¿Tiene un valor histórico? La crítica histórica nos permitirá ver si el texto alude a hechos reales o tiene una base real, y en qué contexto fue escrito.
  • ¿Qué mensaje me comunica, hoy, a mí?

Las tres primeras preguntas requieren un análisis objetivo, científico, y son importantes para comprender el significado del texto. Pero este conocimiento no interactúa con nuestra vida.

La última pregunta implica entrar en el texto e interpretarlo: de la comprensión pasamos a la actualización del texto. Ahora tiene algo que decirnos, algo que incide en nuestra vida.

Palabra y celebración

La lectura litúrgica de la Biblia es otra forma de profundizar en su mensaje desde la perspectiva del cristiano. La liturgia de los sacramentos, en especial la de la eucaristía, selecciona unos textos para cada tiempo del año. Esta selección tiene como fin que comprendamos y celebremos el misterio de Cristo, que es el centro de la eucaristía.

En la misa, todos los textos bíblicos son leídos e interpretados a la luz de esta verdad: Cristo es la Palabra de Dios que se comunica a los hombres. Por tanto, en la eucaristía, la palabra es el fundamento de la celebración, es una palabra viva, que actúa y que forma una unidad indisoluble con el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo:

Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra (Verbum Domini, 54).