domingo, 28 de julio de 2013

La creación: dos mitos

Los mitos de la creación, igual que hoy las modernas teorías sobre el origen del mundo y el universo, son importantes en cada cultura. Pues en ellos no solo se ofrece una respuesta a la pregunta “de dónde venimos”, sino también un pensamiento, una forma de concebir al ser humano y la realidad que lo rodea. Detrás de cada mito o teoría hay una filosofía y una visión del hombre y el mundo.

El mito, más que responder a la cuestión de cómo se formó el universo, responde al por qué. No pretende describir el proceso de forma científica, sino buscar un sentido a la realidad existente. La ciencia se centra en los hechos comprobables  y en el cómo. El por qué es una cuestión metafísica. Con estas premisas deben leerse los mitos creacionales, sin pretender buscar en ellos una teoría científica.

Vamos a comenzar con el primer libro de la Biblia y su primer capítulo, Génesis, 1. En él se relata la creación del mundo. Es interesante leer también otro mito oriental sobre la creación, el Enuma Elish babilónico, y establecer paralelismos y contrastes entre ambos relatos.

Comprobaremos cómo, siendo similares en forma, los dos mitos tienen un significado distinto y entrañan una visión del hombre, del mundo y de la divinidad muy diferente.

Un autor referente que estudió el relato del Génesis y su relación con los mitos orientales es Nahum Sarna. Seguiremos sus observaciones.

El Enuma elish: juego de dioses

Cuando en las alturas el cielo aún no tenía nombre, y la tierra firme no había sido nombrada todavía el rebelde Apsu, su engendrador, y Mummu-Tiamat, la que lo todo lo contiene,  se mezclaban, formando sus aguas un solo cuerpo.

Nos encontramos en un espacio primigenio, sin forma, sin nombre, caótico, donde dos principios entremezclados constituyen la material original: el agua. El universo surge de su unión sexual: hay, pues, un principio masculino y otro femenino. El mundo está sexuado y todo lo que existe es creado por estos dos seres ―Apsu y Tiamat―. Al principio crean dioses, monstruos y demonios, que finalmente acaban peleándose y encolerizando a Apsu. Este quiere destruirlos, la diosa Ea se opone, se enfrenta a él y lo mata. Entonces Tiamat decide vengarse y destruir a todos los dioses. Pero entre los dioses se alza un cabecilla rebelde, Marduk, que toma las riendas y emprende una guerra contra Tiamat, el monstruo femenino engendrador. Tras una batalla épica, Marduk vence a Tiamat, la mata, parte su cuerpo en dos mitades, como dos enormes conchas, y con ellas forma el mundo. Luego crea los astros como viviendas de los dioses y le encomienda a cada uno una tarea para que el cosmos siga rodando. Los dioses, que primero estaban muy contentos y agradecidos a Marduk, protestan. No quieren trabajar de sol a sol, así que Marduk crea a los humanos para que sirvan a los dioses. Ahora sí, estos lo celebran y nombran a Marduk su soberano.

Funciones del mito


Según Nahum Sarna, este mito tiene varias funciones:

―Una función mitológica: explica el origen de los dioses.
―Una función cosmológica: explica el origen del mundo y del ser humano.
―Una función social y política: el orden establecido entre los dioses es un reflejo y legitima el orden terrenal y la jerarquía de las ciudades. El rey es un Marduk, los dioses son los nobles y funcionarios. Los hombres de a pie son sus vasallos o esclavos.
―Una función ritual: la batalla entre los dioses refleja el cambio de las estaciones, la lucha entre el invierno y el verano y la victoria de la vida, que se renueva en cada ciclo. Con rituales que reproducen esta guerra se propicia a las fuerzas divinas para que favorezcan a los hombres.

Visión que se desprende del Enuma elish


Hay un principio primordial generador de la vida: el agua. Es propio de una zona que debe su vitalidad a los grandes ríos (Tigris, Éufrates), pero también su desgracia (inundaciones catastróficas).

Los dioses no son omnipotentes. Luchan entre sí, mueren, son derrotados, se enojan y se cansan, tienen debilidades y pasiones como los humanos.

Los hombres son esclavos de los dioses, juguetes de sus caprichos y venganzas. Para aplacarlos y obtener su favor, hay que recurrir a los rituales o a la magia. 

El mundo es un lugar moralmente neutro, y la naturaleza puede ser muy hostil.

Esta mentalidad y creencias recorren las culturas mesopotámicas con las que convivió el pueblo de Israel durante siglos.

Génesis, 1: la palabra creadora

En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. La tierra era caótica y desolada, las tinieblas cubrían el océano…

De nuevo aparece un panorama desolado, un caos, del que ha de surgir un cosmos ordenado. También aquí aparece un mundo acuático primigenio, pero no hay batalla que librar, ni unión sexual que engendre la vida. Solo aparece un viento, la Ruah de Dios (traducido a menudo por “Espíritu”), que aletea sobre las aguas.  La chispa creadora surge de una palabra, una orden: Haya luz.

El mundo surge, por tanto, de una voluntad inteligente y libre: la de Dios. Un Dios que está por encima de lo creado; la creación es su obra y, por tanto, pertenece a un plano distinto, no sagrado ni divino. El mundo creado es, simplemente, natural.

En el proceso creador es interesante destacar algunos recursos literarios que sirven para enfatizar las ideas clave:

―El ritmo y los paralelismos entre los seis primeros días de la creación (ver presentación adjunta). En los tres primeros días se crean los espacios y en los tres segundos los seres que los habitarán. Pero en el tercero y el sexto hay un añadido importante: en el tercero se crean los vegetales y en el sexto el ser humano, que se alimentará de ellos.

―La repetición de palabras y frases hasta siete veces: «Y dijo Dios…», «y vio que era bueno». Este «bueno» es una palabra muy rica, que traducida no expresa toda su densidad. Significa al mismo tiempo hermoso y bueno, completo, perfecto. 
Cuando Dios termina de crearlo todo, descansa en el séptimo día.

Funciones del mito


Al igual que el Enuma Elish, este capítulo del Génesis tiene varias funciones:

―No hay función teogónica, pues Dios ya existe, pero sí cosmológica: explica el origen del mundo y del hombre y separa nítidamente el plano natural del sobrenatural.
―No legitima un orden social o político, pero sí expresa una relación peculiar entre Dios y el hombre. Dios ha culminado su creación con el ser humano, lo ha hecho «a su imagen» y tiene una misión para él: le da el encargo de crecer, multiplicarse y cuidar la tierra. Hay una relación personal, directa, entre creador y criatura.
―Una función ritual: explica la importancia de guardar el sábado como día de descanso y culto a Dios.

Visión que se desprende de Génesis, 1


Dios es el principio y origen de todo: se puede decir que todo cuanto existe depende de él. Es el fundamento de la existencia. En términos más filosóficos, es el ser en plenitud, el que es, y el que da el ser a los otros.

Separando el nivel divino del natural, el mundo, la naturaleza, pierde su carácter sagrado. No hay dioses ni seres mitológicos: solo existe Dios y el mundo natural, tal como lo conocemos.

El ser humano no es un juguete de los dioses, sino hecho «a imagen de Dios». Esto le da un estatus especial en el mundo. Es importante. Y su vida es sagrada. No hay mayor crimen que atentar contra la vida humana. De ahí el respeto a la vida y su protección. El asesinato es un delito que jamás podrá resarcirse.

Como semejante a Dios, el hombre es libre, es inteligente, puede tomar decisiones. No es una víctima a merced de los caprichos de la naturaleza o de los dioses. Pero, ¡atención!, tampoco es un dios. No es todopoderoso.

El mundo está regido por un orden moral, según el designio divino. Dice la profesora C. Hayes que una oleada de optimismo recorre los versos del Génesis cuando se repite el estribillo «y vio que era bueno». El mundo es la obra de arte de Dios, y en su origen todo es bello y bueno.

Pero… la realidad topa con esta visión ideal del mundo y del hombre. Hay dos misterios que también recorren la historia de la humanidad, despertando interrogantes y hallando  difícil respuesta: el mal y la muerte.

El misterio del mal


Para los pueblos mesopotámicos la mortalidad era una realidad que teñía de tintes trágicos la vida. Inevitable, nadie podía escaparse a sus garras. Uno de los mitos más conocidos, el poema de Gilgamesh, trata este tema. El hombre persigue la inmortalidad y busca su fruto en un árbol, el árbol de la vida, que también aparece en el Génesis (2). Pero en el mito hebreo aparece otro árbol que de inmediato cobra más importancia que el de la vida: el árbol del conocimiento del bien y del mal. Conocer, distinguir entre el bien y el mal, otorga la opción de elegir y, por tanto, la libertad.

La moralidad, en el mito hebreo, es más relevante que la inmortalidad. De la elección del ser humano dependerá su futuro. Y en ese momento clave de elegir Dios se retira y deja que el hombre escoja libremente, sin coaccionarlo ni obligarlo. Las consecuencias de esa elección son entera responsabilidad del hombre.

Génesis, 1 vincula la mortalidad con el mal y el mal con la libertad. A diferencia de otros pensamientos politeístas o dualistas no propone el mal como principio metafísico absoluto. No hay un mal originario. El mal es consecuencia de la autonomía moral del ser humano. En este caso, es fruto de una desobediencia. Una vez el hombre ha comido el fruto prohibido, es expulsado del paraíso y ya no puede acceder al árbol de la vida: ha perdido la inmortalidad y deberá vivir del sudor de su frente, afrontando los dramas y las vicisitudes propias de la humanidad: el amor y la guerra, la lucha entre sexos, la dominación y la posesión, el dolor, la dureza del trabajo para sobrevivir… En realidad, el Génesis está explicando de forma mítica por qué la vida humana es así. Y pone el acento, no tanto en un destino fatal o en la voluntad de los dioses, sino en la propia libertad humana.

Si en el pensamiento griego la tragedia es que el hombre es grandioso, semejante a un dios, pero se topa siempre con sus límites y con la muerte, en el pensamiento hebreo el drama humano se desarrolla en su relación con Dios: la misma libertad que permite que creador y criatura se amen y vivan en armonía puede permitir la ruptura de este amor y sus consecuencias: violencia, lucha, muerte.

Por tanto, la libertad trae consigo acarreada la responsabilidad.  Vemos cómo la Biblia huye del fatalismo ciego y del hombre víctima de su destino. El ser humano es agente, protagonista y responsable de su futuro. Esta es la visión del hombre que se desprende del Génesis.

¿Por qué elige el mal? ¿Por qué Dios lo hace libre? Son interrogantes que siempre quedan abiertos y que los siguientes capítulos del Génesis intentan responder…


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