miércoles, 11 de septiembre de 2013

El Éxodo 1 - Nace un pueblo

Si el Pentateuco es la constitución del pueblo de Israel, podemos decir que el libro del Éxodo es su declaración de independencia (J. L. Ska). Con el éxodo nace Israel. Los mitos fundacionales de muchos pueblos suelen narrar una conquista, la fundación de una ciudad, una guerra o el nacimiento de un líder… y van siempre vinculados a un héroe o héroes humanos. El hebreo narra su nacimiento como pueblo con un acto de liberación, fruto de la voluntad de Dios. Él es el héroe de la historia.

El mensaje de los autores bíblicos es claro: Dios escucha el clamor de su pueblo, no soporta su situación de esclavitud y envía a un hombre que liderará a las gentes y las conducirá a la libertad. En el desierto, lugar de aprendizaje y camino, Dios sellará una alianza imperecedera con el pueblo.
Estas tres ideas fundamentan el relato del Éxodo y, en última instancia, toda la narrativa bíblica: la libertad, la acción de Dios en la historia y la alianza.

Veremos por qué y qué consecuencias se derivan de estas tres creencias.

Contexto histórico


Hay que distinguir el contexto histórico de los redactores finales del texto con el del relato en sí.

El Éxodo, como el resto del Pentateuco y los libros siguientes: Josué, Jueces, Reyes, recopila material narrativo y legal anterior, pero fue completado en la época del exilio de Babilonia, y posiblemente algunos fragmentos se añadieron en el post-exilio, bajo la restauración persa. El contexto del pueblo hebreo es el de una comunidad exiliada, desposeída de su tierra y que ha visto perecer sus instituciones clave: la monarquía y el templo. ¿Qué le queda, como marca identitaria? La cultura, la lengua, la fe. En el destierro, la Ley se convierte en la «patria portátil», en el referente que mantiene unida a la comunidad y evita que se pierda la memoria.

De ahí la importancia de la Ley y del concepto de la alianza con Dios. Pese a todo, Dios no abandona a su pueblo.

¿Hubo un éxodo de verdad?


El contexto histórico del Éxodo, la historia de Moisés y el periplo de los israelitas por el desierto han sido objeto de estudio y apasionados debates. Para algunos autores, los hechos narrados son puro género literario, una invención con fines religiosos y políticos. Para otros, hay una base real. ¿Por qué, si no, elegir como héroe liberador y líder a un personaje de origen y nombre egipcio? Admitiendo la exageración del relato bíblico, si el éxodo fue, en realidad, la fuga de un pequeño grupo de esclavos, es lógico pensar que no haya pasado a la posteridad ni haya sido recogido en las fuentes escritas. No era ninguna hazaña gloriosa del faraón que conmemorar. También es natural que el campamento de un grupo errante no haya dejado huellas arqueológicas. Sin embargo, un hecho que queda tan arraigado en la memoria colectiva durante siglos, ¿no es razonable pensar que tuviera alguna base real? Recordemos que la oración ritual en las fiestas de la cosecha, repetida generación tras generación, el corazón del Pentateuco y, casi podríamos decir, del Antiguo Testamento, es este: «Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto […]. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Clamamos entonces a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz…».

Podemos trazar un paralelo con otro gran mito de la historia: la Ilíada. Durante siglos los estudiosos pensaron que la guerra de Troya era una fábula, pura invención. Hasta que un loco millonario como Schliemann, que leía con fervor religioso a Homero, decidió ir a descubrir Troya. Fue a Turquía, inició excavaciones… y encontró no una, sino ¡siete ciudades! ¿Hubo un hecho tal como la guerra de Troya? Hoy podemos aventurar que, si no fue tal como la relata la Ilíada, ni por motivos tan pasionales, es muy probable que un hecho o hechos semejantes se produjeran, en aquella época y en aquel lugar. Schliemann dio el primer paso para descubrir una civilización perdida y olvidada como pocas: la micénica.

En todo caso, si algo similar al éxodo ocurrió, la mayoría de estudiosos aceptan situarlo hacia el 1250 a.C., bajo el reinado de Ramsés II. ¿Por qué?

Aparte de la Biblia no existe fuente histórica alguna ni resto arqueológico que pueda dar evidencia de este hecho. Además, la cronología y los datos bíblicos son confusos, inexactos y a menudo simbólicos ―como los cuarenta años por el desierto―. Pero el estudio del contexto histórico y las fuentes egipcias arroja datos interesantes:

·   La constancia de que tribus de nómadas semitas solían acudir a Egipto con sus rebaños en épocas de carestía, desde el s. XVIII a.C. Se instalaban en una región del Delta del Nilo, llamada Gosén y citada en la Biblia.
·    La subida al poder de las dinastías hicsas en Egipto, hacia el 1720 a.C. Eran gentes de origen semita que podrían haber favorecido la inmigración de tribus afines.
·     La constancia en documentos egipcios de que había esclavos de tribus semitas empleados en las obras arquitectónicas de los faraones.
·     La fiebre constructora de Ramsés II tras sus campañas guerreras, y la refundación de las ciudades de Pi-Ramsés y Pithom, citadas en la Biblia.
·    En el 1210, el faraón Merenptah, hijo y sucesor de Ramsés II, emprendió una campaña de castigo en Canaán. En una estela triunfal que hizo erigir tras la campaña se da una relación de los pueblos vencidos. Entre ellos figura, por primera vez en la historia, y en fuentes no hebreas, el llamado pueblo de Yisrael. Lo cual significa que en esa época, al menos, los israelitas ya estaban establecidos en Canaán.

La estela de Merenptah es la primera prueba documental de la existencia de Israel, en fuente no bíblica. Aunque la cronología bíblica sea simbólica, no deja de ser curioso echar cuentas. Si retrocedemos atrás una generación en el tiempo, tendremos la fecha del 1230 a.C. Si suponemos que en esa época llegaron los israelitas a la tierra prometida y le quitamos 40 años en el desierto, nos situaremos justamente en el 1270 a.C., en pleno reinado de Ramsés II y su fiebre constructora… ¿Casualidad? Se non è vero, è ben trovato…

¿Quiénes eran los hebreos?


Una teoría muy difundida, aunque no aceptada unánimemente, identifica a los hebreos con unos pueblos que las fuentes egipcias y mesopotámicas llaman apiru o habiru. Estas gentes, más que un grupo étnico, eran una clase social. Una casta desposeída, formada por nómadas de origen semita, que circulaba por las tierras del Creciente Fértil entre el segundo y el primer milenio a.C. Se dedicaban al pastoreo, pero también al comercio y al bandolerismo. Algunos fueron empleados como mercenarios en los ejércitos de los grandes imperios de la época. Si caían bajo el enemigo, muchos terminaban como esclavos. La raíz del nombre y la idiosincracia de estos grupos sugieren una probable identidad con los hebreos.

El teólogo Rafael de Sivatte nos habla de la formación del pueblo israelita a partir de tres componentes:

·   Tribus nómadas de pastores, procedentes de los desiertos de Arabia y expulsadas de varios lugares.
·      Tribus ex nómadas, sedentarias y ya instaladas en Canaán.
·      Un pequeño grupo huido de Egipto.


Estos tres grupos compartían un origen nómada, un pasado de sufrimiento y liberación y el hecho de encontrarse, finalmente, viviendo en la tierra prometida. Desde un punto religioso, para todos ellos tenía sentido hablar de un Dios liberador, compañero de camino y dador de la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario